Nicolás Maquiavelo (1469-1527) fue un funcionario influyente en la política florentina, pero no por sus obras de pensamiento político sino por su astucia y prudencia ante Francia y el papa. Tuvo éxito y siguió la línea en la que creía firmemente: la República, en su versión romana, que consideró siempre superior a la griega, porque Roma no sucumbió a las tiranías sino hasta la traición imperial de los césares y la decadencia posterior, mientras que Atenas vio muchas interrupciones tiránicas a su democracia.
Tuvo serios tropiezos. En 1512, la República florentina, de breve vida, es derrotada por las fuerzas de los Medici. Maquiavelo no está en la gracia del nuevo orden y los nuevos príncipes. Pasa torturas y cárcel, sale amnistiado y dedica su tiempo a su única obsesión: “no sé nada del arte de la seda, ni de la lana, ni de las guadañas o las perdices. Solo sé pensar en el estado”. Y se aplica en una obra peculiar: los Discursos sobre la primera Década de Tito Livio, donde “discurso” no significa pieza oratoria sino discurrir, pensar libremente y, de este modo, bien puede considerarse como un antecedente del género del ensayo: reflexiones cuyo objeto, a diferencia del “yo” de Montaigne, es el “nosotros” de la República. Es decir, la política donde los ciudadanos cuentan más que el uso del poder por parte de un gobernante. Mientras escribe los Discursos, topa con una certeza: una sociedad corrupta muy difícilmente se mantendrá libre. “Y se puede llegar a esta conclusión: cuando la materia no está corrompida, las revueltas y otras alteraciones no perjudican; cuando lo está, las leyes bien ordenadas no benefician, a no ser que las promueva alguno que cuente con la fuerza suficiente para hacerlas observar hasta que se regenere la materia” (I, 17).
En este punto suspende su obra mayor y comienza El Príncipe, que dedica a Lorenzo de Medici. Será la obra magna del poder, su consecución y mantenimiento y el libro que lo hará famosísimo e infame. Sucumbió a la necesidad de congraciarse con su natural enemigo: el poder de uno solo. Tuvo suerte de que fuera Lorenzo de Medici, que entendía el poder como recurso ortopédico, una suerte de fórceps para arrancar la corrupción que aniquiló el “vivir civil”.
De los Discursos habría dos cosas que atender hoy. Primero, que si alguien cuenta con la fuerza suficiente para que la ley valga, no es desde luego un caudillo ni ningún otro partícipe de la clase política sino la sociedad civil y sus organizaciones (por ejemplo, “Fundar México”, cuyo video anda por ahí en Facebook y YouTube). Porque qué ridículamente difícil se nos ha hecho, en México, que las formas de la corrupción cedan ante el empuje republicano que solamente busca lo básico: el proyecto 3 de 3 (declaración patrimonial, de intereses y de impuestos). Segundo, que aunque Maquiavelo deseaba la república, sirvió a la tiranía, porque la república no pudo terminar con su corrupción. Siglos después, lo pudo visualizar Jean-François Revel ante la situación de América Latina y el contraste entre Chile y México: “parece mucho más sencillo pasar de una dictadura a una democracia que transitar de una falsa democracia a una verdadera”.