Reparar a Shostakóvich

Bichos y parientes


Por dos lados me hallo la Lady Macbeth del distrito Mtsensk, de Dimitri Shostakóvich. Primero, en la novela de Julian Barnes, El ruido del tiempo; después, en el capítulo que le dedica Richard Taruskin en The Oxford History of Western Music. De muy distinto modo, ambos analizan lo que le sucede al individuo y sus libertades bajo un régimen totalitario: no solo censura y prohibiciones sino la muerte espiritual.

Resulta que Shostakóvich escribió esta ópera a principios de los años treinta siguiendo la novela de Nicolai Lesov, con el mismo título. Una tragedia que inicia con la violación de Katerina y termina con su suicidio. Entre ambas atrocidades, se convierte en cómplice de Sergei, su violador, en la comisión de actos criminales. La escena de la violación fue descrita por un crítico neoyorkino, en 1939, como “auténtica pornofonía” (en YouTube está la grabación de la escena 3 del acto I). Y se tocó en Nueva York porque no podía montarse en la URSS.

Esa es la obra que hundió al debilucho Shostakóvich en la paranoia estalinista. La ópera, magnífica, atroz, tuvo mucho éxito hasta que se ejecutó ante la presencia de Stalin y sus jerarcas (aquí es donde el lector de Barnes ya no puede soltar la novela). Días después, un editorial de Pravda, entre otras cosas ominosas, decía: “es evidente que el compositor nunca ha considerado el problema de lo que el público soviético busca en la música y espera de ella”. Con eso bastaba para destruir la vida de alguien, figurada o biológicamente.

En el resto de Europa corría la callada gana musical de enfurecer al público, desafiarlo, despreciarlo, pero en la URSS los creadores estaban obligados a servir al “pueblo” (que era Stalin y su estúpida creencia de que sabía de música).

Shostakóvich intentó reescribir la ópera y le metió mano hasta que tuvo que asignarle otro número de catálogo. Lo primero, desde luego, fue suavizar la escena de la violación. Quiso congraciarse servilmente con quien lo destruía. Quedó basura. Nadie ha querido grabar la versión renovada, aunque hay grabaciones fragmentarias.

Richard Taruskin introduce un problema: al final de la segunda versión hay un aria para bajo en la que parece sincerarse Shostakóvich y cantar el horror, el vacío del creador frente a una nada de fealdad y desprecio espiritual. Según él, esta aria debería conservarse dentro de la ópera. Pero, ¿se vale corregir, por un juicio moral y político, la obra de un artista? ¿Existe la censura libertaria? Taruskin no da una respuesta. No la hay.

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Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MILENIO DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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