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Ozawa y Murakami

Bichos y parientes


Durante su convalecencia de una cirugía fuerte, el gran director Seiji Ozawa accedió a conversar sobre música con Haruki Murakami. Habían decidido escribir un libro: Absolutely on Music (Knopf). Les quedó raro y descosido, pero estupendo. Ojalá se traduzca al español. No es ninguna revelación literaria ni gran profundidad de análisis musical. Murakami no es músico, ni Ozawa es escritor, pero los dos habían decidido convertir sus encuentros en una obra. Murakami grababa, transcribía y le presentaba a Ozawa el manuscrito, para su revisión.

—Pensándolo bien, yo nunca había hablado de música de este modo, tan enfocado, tan organizado —dice Ozawa—. Pero, ¡caramba!, mi lenguaje es tan rudo... ¿Crees que los lectores puedan entender lo que digo? —le pregunta a Murakami.

Lo notable es que el temor de Ozawa, su inseguridad, no se refiere a la capacidad del lector para interpretar asuntos de técnica musical (ese temor que confesaba Thomas Mann cuando escribía el Dr. Faustus y ponía cosas dichas por Adorno o por Schönberg, sin comprenderlas del todo). El temor de Ozawa era respecto de su capacidad de expresarse verbalmente con claridad. Su habla, según Murakami, era dura y seca. No dice que fuera pobre, pero hace ver que se trataba del habla de alguien que no acostumbraba hablar de su técnica y oficio sino con otros músicos.

Nadie se hace músico ni escritor sin fatigar largamente los trastos de su guiso. Eso, y quizá algo de herencia japonesa: en vez de disuadirse con los primeros resultados pobres de sus encuentros, se espolearon a buscar con más cuidado y disciplina. Se habían propuesto hacer un libro y lo harían como se debe. Al principio, un gran escritor tenía que vérselas con una expresión verbal pobre y el músico con el desconocimiento técnico de su interlocutor. Mitad de uno, mitad del otro y un resultado demediado.

Quién sabe de dónde salió la ingenuidad de que dos cabezas piensan más que una. No es verdad, a menos que añadan algo. Para que sus dos choyas puedan generar algo más que un aburrimiento, Murakami y Ozawa tuvieron que inventar la conversación. Y este es el mayor valor del libro. No es requisito que Murakami aprenda música, ni que Ozawa se convierta en elocuente orador o escritor. Inventaron un arte que consiste en participar y transmitir, en aprender a hablar y preguntar sobre cosas cuya técnica ignoraban. Aprendieron a conversar. Sin ese arte, que no se da por naturaleza, que requiere el cuidado de una disciplina, dos mentes brillantes no habrían sido más que un tedio y un fracaso.
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Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MILENIO DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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