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Meter las manos

SEMÁFORO

Meter las manos en el trabajo genera una relación distinta con el conocimiento. Las conexiones neurológicas son distintas. Manejar un coche es una actividad muy compleja. Pero lleva algo peculiar, que no sabemos si contar entre los conocimientos: cuando uno está aprendiendo, la mecánica corporal —que coordina la mirada al frente, el cambio de foco para cada espejo, la voluntad de no mirar hacia donde uno está, en la cabina, sino hacia afuera, al mismo tiempo que usar dos pies para tres pedales (pisar el clutch, soltarlo poco a poco, en combinación con el acelerador y controlar el avance con la misma inercia o con el pedal del freno), y las manos para el volante y la palanca— parece un trabajo imposible. Demanda la atención completa y cada movimiento parece salido de un abstruso cálculo de predicados. A poco de iniciar, uno se vuelve experto y hasta olvida no solo todo el operativo corporal sino incluso el trayecto recorrido. ¿Qué camino tomé para llegar acá? Manejar se volvió otra de esas cosas que hacemos con suficiencia sin darnos cuenta, como cosa que el cuerpo sabría hacer por sí mismo, sin requerir (excepto sobresaltos, a los que uno reacciona con más o menos destreza) el concurso del pensamiento. Si bien aprender requirió toda nuestra atención; una vez aprendido, se relega a un sistema que no requiere la atención consciente.

Pero no es lo mismo hacer que explicar cómo se hace. Hay una enorme dificultad de enseñar cosas prácticas en un ambiente de aula y cátedra, que contrasta con la sencillez de mostrar cómo y esperar la imitación. Lo primero nos parece educación; lo segundo, capacitación, entrenamiento, oficio. Los libros de instrucción práctica, en lengua española, no solo son muy malos (como si la lengua misma se resistiera a abajarse a un mero uso práctico) sino que carecen del aprecio de otros libros. La revista Mecánica Popular, con la que los gringos construyeron todo, desde sus macetas hasta sus casas, nunca tuvo tanto éxito en español como en inglés; y se entiende: la cultura del do it yourself arraiga mucho más en una sociedad donde la servidumbre es inexistente o excesivamente cara, y escasea en una cultura que desprecia las destrezas manuales y físicas.

Buena parte de lo que hemos considerado el histórico atraso tecnológico de la civilización de lengua española —herida de la que se arden nuestros clásicos, desde el Quijote y su enemistad contra las máquinas, hasta Unamuno o Darío— reside en la insalvable distancia con que veníamos mirando las dos formas de relacionarse con los oficios serviles y los conocimientos. Parecía que nos quedaríamos siempre a la zaga, cada vez más pobres, y que el rezago sería irremontable. Pero, de pronto, los chavos del Poli (IPN), ignorantes de nuestro cansancio y quejas ideológicas, se fabricaron los recursos que, en aulas y libros, no habían servido para nada y ganaron un concurso internacional de robótica (búsquelo en robotchallenge.org). No es la primera vez, y es cosa de celebrar: México está cundido de talento... entre chavos. Los mayores presumimos, sin saber qué decir y, menos, qué hacer con unos conocimientos prácticos que nos superan con mucho.

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Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MILENIO DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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