Lutero: traductor de la Biblia

El 31 de octubre se conmemoró 500 años del cisma que encabezó el sacerdote de Turingia. Ofrecemos un recorrido por su faceta intelectual 

Hace 500 años, el 31 de octubre de 1517, Lutero hizo públicas sus 95 tesis en la puerta de la iglesia de Todos los Santos, en Wittenberg, Alemania. Este acontecimiento marca el inicio de la ruptura entre Lutero y la Iglesia católica. Una de las premisas fundamentales de la reforma luterana es la sola scriptura, es decir, la consagración de la Sagrada Escritura como la única fuente de autoridad en materia religiosa. Que Lutero se haya dado a la tarea de traducir la Biblia no es algo fortuito: era indispensable entregar a los cristianos una versión accesible de la palabra de Dios. Traducir, sin embargo, es recrear el texto. El resultado de esta labor adquiere cierta autonomía: si bien remite al original y depende de él, la traducción es en realidad un texto distinto. Es cierto que una buena traducción conserva el sentido —el espíritu— del original, aunque jamás de manera pura: traducir es interpretar. La Biblia de Lutero, como lo fue la Vulgata de san Jerónimo a finales del siglo IV, no es solo una traducción, sino una interpretación, una exégesis.

En la exégesis bíblica de los siglos XV–XVI hay dos tendencias enfrentadas entre sí: la de los literalistas y la de los espiritualistas. A la primera pertenecen Erasmo de Rotterdam y la mayor parte de los humanistas que, en la tradición de san Jerónimo, optaron por interpretar las Escrituras valorando su sentido histórico y filológico. Los espiritualistas, en cambio, habían optado por un acercamiento religioso y profundamente espiritual. Mientras los literalistas creían que la mejor manera de aproximarse a las Escrituras era aplicando un método preciso —el filológico— para comprender el sentido de las palabras, los segundos, incluido Lutero, creían que el apego a la letra terminaría por aniquilar el espíritu de la palabra sagrada. La verdadera sabiduría cristiana, según Lutero, no se limitaba al conocimiento de las particularidades de la lengua griega y el hebreo. Mucho menos a la teología sistemática de los escolásticos. Tenía toda la razón: las teologías basadas en las Sentencias de Pedro Lombardo son extraordinariamente aburridas, entretenidas quizá solo para los aficionados a las destrezas argumentales. Era tiempo de suprimir esas discusiones un tanto ociosas, ajenas a los creyentes de a pie, y volver los ojos a las Escrituras. El Dios de la Biblia es preferible al motor inmóvil, el impersonalísimo “dios” al que se refiere Aristóteles en el libro lambda de su Metafísica.

El 4 de septiembre de 1517, Lutero organizó una disputa académica en la Universidad de Wittenberg con ocasión de la promoción de su discípulo Franz Günther a baccalaureus biblicus. El discípulo defendió públicamente una serie de tesis contra la teología escolástica y propuso, a cambio, una teología anti aristotélica, más agustiniana y apegada a la Biblia. Este acontecimiento representa la ruptura con la metodología escolástica y una reforma (¿modernización?) de la teología. El anti aristotelismo se ha considerado siempre una característica propia del luteranismo: “Aristóteles todo entero es para la teología lo que las tinieblas para la luz”, escribió el propio Lutero. En un artículo publicado hace poco, “Un caso de anti aristotelismo agustiniano: Lutero y la recepción de Aristóteles y la Reforma protestante”, Manfred Svenson se pregunta si el anti aristotelismo de Lutero, una actitud común del agustinismo tardo medieval, es necesariamente un indicio de modernidad o quizá es todo lo contrario. La pregunta es pertinente y no es sencillo responderla. El anti escolasticismo luterano resulta, por una parte, comprensible y hasta necesario: muy posiblemente hacía falta una renovación metodológica en la teología; por otra parte, el agustinismo exacerbado de Lutero no era quizá la única alternativa para aniquilar los “excesos” del aristotelismo escolástico. La historia, sin embargo, ya está escrita.

Lutero suprimió el aristotelismo escolástico y lo sustituyó por la Biblia. No es extraño: su educación había sido básicamente la de un escriturista. En el monasterio de los agustinos había aprendido latín y se sabe, además, que hacia 1506 comenzó a estudiar hebreo. En 1517 tradujo precisamente del hebreo los Salmos y el Pentateuco. En 1518, cuando sus 95 tesis ya eran bien conocidas, Philip Melanchthon le asistió en sus estudios de la versión griega del Nuevo Testamento (la primera edición crítica que Erasmo había elaborado en 1516). En 1521 Lutero se exilió voluntariamente en el castillo de Wartburgo y comenzó a traducir el Nuevo Testamento al alemán, basándose precisamente en la edición griega de Erasmo. Tardó once semanas, de modo que su traducción se publicó en 1522, justo a tiempo para ser vendida en la Feria del Libro de Leipzig (29 de septiembre a 6 de octubre). La edición se agotó y para diciembre preparó una nueva con notas marginales y prefacios. Entre 1523 y 1524 tradujo el Antiguo Testamento. Esta parte le tomó más tiempo, así que hasta 1534 apareció su traducción completa de la Biblia. Lutero discutió su propia traducción en dos tratados: Sobre la traducción: una carta abierta (1530) y Defensa de la traducción de los Salmos (1532).

Traducir un texto es un acto de apropiación lingüística y cultural. No hay traducciones perfectas. Se puede, en efecto, comprender el sentido de un texto y trasladarlo a las palabras de otra lengua. Sin embargo, al traducirse los textos adquieren nuevos sentidos y nuevas formas de entenderse e interpretarse. El caso de los textos religiosos es particularmente desafiante puesto que sus contenidos moldean creencias, acciones y comportamientos de los fieles. Acaso por ello los judíos y los musulmanes optan por leer la Biblia en hebreo y el Corán en árabe, respectivamente —aunque ello no suprime los conflictos de interpretación—. Lutero, como cualquier traductor de la Biblia, se esforzó enormemente por encontrar los términos adecuados para concebir un texto asequible para los alemanes, sin perder el sentido y sin arriesgar la meticulosidad que exige la labor del traductor. En su proceso de traducción contribuyó al desarrollo de la propia lengua alemana. Durante la Ilustración, incluso, la gramática alemana se construyó teniendo como base la Biblia de Lutero. No obstante, también enfrentó algunas dificultades, por ejemplo, con los modismos. Lutero creía que en esos casos había que encontrar un modismo equivalente en la lengua de llegada. Vale decir que Lutero germanizó la Biblia. No en balde, el propio Nietzsche sostuvo, en Más allá del bien y del mal, que la Biblia de Lutero era “el mejor libro alemán”.

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