La lluvia comenzaba a caer sobre Tampico cuando crucé el portón del cementerio municipal. El piso húmedo, las flores marchitas y las lápidas viejas me marcaban el camino. Seguí por el camellón central, avancé unos metros y giré a la izquierda. Al fondo, entre matorrales y sepulturas olvidadas, apareció la tumba de Rodrigo Eduardo González Guzmán, mejor conocido como 'Rockdrigo', el profeta del nopal.

Ahí, en el oriente sur del panteón, se mantiene una de las lápidas más icónicas de este lugar. Sobre la piedra descansa una fotografía suya, probablemente dejada por algún fan. La acompañan dos veladoras y un pequeño ramo de flores blancas que intentan desafiar el paso del tiempo. A 40 años del sismo de 1985 en la Ciudad de México, que apagó su vida junto a la de miles de personas, la tumba luce hoy limpia, recién pintada, como lista para recibir a quienes lo recuerdan.

Una carpa blanca instalada a lo lejos, seguramente por el Ayuntamiento, anuncia que no es un día cualquiera: hoy se espera la llegada de seguidores y familiares para rendir homenaje al trovador tampiqueño.

Un visitante se hace presente en la tumba de Rockdrigo González
Y entre los visitantes me encuentro con Eber Guerra Zúñiga, un hombre que viajó desde la capital del país solo para estar aquí. Con un ramo en las manos, Eber camina despacio entre las tumbas hasta detenerse frente a la de Rockdrigo. Se queda unos segundos en silencio y luego confiesa:
“Vengo cada año. Antes la tumba estaba más sucia, pero hoy me da gusto verla limpia, pintada, con su foto. Seguramente es por el homenaje que le harán.”

Rockdrigo González y sus canciones sobrevivieron al tiempo
Eber no viene solo: carga también con la memoria de toda una generación. Forma parte de un colectivo que se ha dedicado a preservar los recuerdos del terremoto de 1985, creando libros y archivos históricos de aquel momento trágico. En sus playlists aún suenan las canciones de Rockdrigo, esas que sobrevivieron al tiempo y al desastre, y que mantienen vivo el legado del profeta del nopal.
El silencio del cementerio, interrumpido apenas por la lluvia fina, parece acompañar cada palabra. Y ahí, frente a la tumba de uno de los músicos más entrañables de Tampico, confirmo que el recuerdo de Rodrigo González no se borra: se canta, se escribe, se visita y se guarda como parte de nuestra memoria colectiva.
JETL