Cultura

“México tiene una brutal diversidad de formas de desaparecer”: Gabriel Gatti

En entrevista, el sociólogo habla sobre su nuevo libro, 'Desaparecidos. Cartografías del abandono'.

Gabriel Gatti, sociólogo y catedrático de la Universidad del País Vasco, emprendió una serie de viajes por diversos países del mundo para esbozar la cartografía de un fenómeno que hasta la dictadura de los 70 en Argentina carecía de nombre; un recorrido que sin remedio le llevó a menudo a México, donde a su juicio hay “una brutal diversidad de formas de desaparecer” y “un vocabulario del horror muy rico”.

“El desaparecido es una categoría que viaja, viaja, se mueve y se desplaza por todo el mundo hablando de cosas distintas. Hay lugares donde se manifiesta de un modo mucho más radical y, además, de un modo mucho más diverso. México es ese lugar fundamental, tampoco diría que en México hay un solo tipo de desaparecido a diferencia de lo que ocurrió en Argentina en los años 70, donde el desaparecido era de un solo tipo, es decir, un actor político abducido por el Estado que le daba carta de ciudadanía.
“En México pasa eso, pero también está todo lo demás. La particularidad mexicana es la brutal diversidad de formas de desaparecer. En España hay desaparecidos, pero son de un tipo; en Estados Unidos son de dos o tres tipos. Pero, en México es enorme la cantidad de formas de desaparición que se encuentran al mismo tiempo y todo ahora. No sé cuál es la causa; es como una especie de derrumbe o de simultaneidad de formas de abandono”, expone el coordinador del programa Un mundo sin víctimas, auspiciado por la Agencia Española de Investigación, entre otras instituciones internacionales.

Premio Nacional de Ensayo en Ciencias Sociales en Uruguay por El detenido-desaparecido. Narrativas posibles para una catástrofe de la identidad (Trilce, 2008) y profesor invitado de las universidades de Stanford y Sorbona, Gatti (Montevideo, 1955) conversa desde el sur de España sobre su reciente libro, Desaparecidos. Cartografías del abandono (Turner 2022), que llega a México justo cuando el 30 de agosto se conmemora el Día Internacional de las Víctimas de Desapariciones Forzadas.

El doctor en Sociología define la publicación como “un libro de viajes por los mundos complicados de la desaparición” y explora casos como los migrantes desaparecidos camino a EU a través de México, los que cruzan de África y Medio Oriente a Europa, las víctimas del crimen organizado o los haitianos que viven en esclavitud en República Dominicana sin siquiera ser reconocidos como personas.

—¿Por qué consideró necesario elaborar esta cartografía de las desapariciones?

—Tiene que ver con la dificultad de hacer un mapa que situé geográfica y conceptualmente a un personaje tan difícil como el desaparecido, que es un no vivo, un no muerto, un presente ausente, un sujeto que dejó de ser sujeto, un ciudadano que nunca lo fue en algunos casos, por todas estas razones. El desaparecido evoca a un personaje que es difícil de ubicar en distintos sentidos, geográficamente, lo que les pasó, que no se sabe quién los desapareció, y es muy difícil también de ubicar conceptualmente. Hemos tenido que inventar una palabra tan difícil como “desaparecido” para hablar de este personaje que se va repitiendo por distintos lugares del mundo, con dificultades de ser ubicado. De ahí la necesidad de desarrollar una cartografía, que no solo es propia de los cartógrafos, de los viajeros que hacen mapas y que intentan localizar un lugar, sino una cartografía conceptual que responde un poco a la inquietud que tengo como sociólogo o científico social por encontrar las palabras justas que merecen acercarme a estos sujetos que dejaron de ser sujetos o que en algunos casos no lo fueron nunca. La asociación entre cartografía y desaparición también responde a que viajé por muchos sitios comparando y valorando de qué manera en cada lugar se pensaba o trabajaba la figura del desaparecido.

—¿Qué tan importante es el lenguaje en el caso de los desaparecidos y las desapariciones?

—Desde la primera vez que me acerqué a este tema hace más de 15 años, en este caso a la figura del desaparecido en Argentina y Uruguay, aparecía la dificultad de hablar del tema. La desaparición era una catástrofe que afectaba todo en la vida de quienes eran familiares de desaparecidos y se centraba en el lenguaje: todos decían que el mayor problema con el que tenían que enfrentarse una vez que descubrían que su familiar había desaparecido, era que no había manera de hablar de eso, de situar a ese personaje en el lugar adecuado, que no había palabras, no había vocabulario para pensar adecuadamente lo que había ocurrido. Y con el tiempo he venido descubriendo que ese problema no solo afecta a los familiares, que se encuentran con un atronador silencio, no tienen capacidad de testimoniar, porque no tienen vocabulario para hablar de este asunto, sino también afecta a las distintas disciplinas (sociología, psicología, filosofía, derecho, geografía, etcétera), que confrontan con la desaparición, que es un fenómeno que rompe realmente las posibilidades que tenemos los ciudadanos comunes de pensar las cosas normalmente, no se parece a nada. De ahí la inquietud del libro no solo de encontrar un lenguaje adecuado para hablar de este tema, que me inquieta, aunque no creo que sea del todo solucionable, que haya un lenguaje adecuado para hablar de esta cosa, aunque sí esfuerzos por encontrar ese lenguaje.

El también autor de Identidades desaparecidas (Prometeo, Buenos Aires, 2011) e Identidades débiles (CIS, Madrid, 2007) sostiene que al final el término “desaparecido” fue un invento de la sociedad.

“Cuando empecé a trabajar con este tema en Argentina y Uruguay, me fui encontrando una preocupación de los afectados mismos por encontrar la palabra para dar nombre a una situación que no correspondía con nada conocido. No eran torturados, no eran muertos, no eran ausentes, tampoco eran presentes, sino todo lo contrario; tenían que ver con fantasmas pero tampoco eran fantasmas. Encontrar una palabra, inventar una palabra justa para hablar de esto fue una preocupación general y, además, en algún punto diría que fue un invento prodigioso de la propia gente afectada por encontrar la palabra, aunque sea una palabra fea, para nombrar de qué se trataba. Hablar de desaparición y hablar de desaparecidos fue un prodigioso invento social, no tanto un invento académico, sino un invento de la gente afectada por el asunto. Y después del tiempo he ido viendo que esa inquietud por el lenguaje tiene que ver con el trabajo de los que nos dedicamos a pensar esto, debemos buscar la palabra justa o al menos acercarnos para hablar de realidades que se escapan de nuestro lenguaje habitual.
“Quizás decir palabra es decir poco; lenguaje es quizás más justo. Incluso usaría la palabra ‘contar’; lo que uno se encuentra en los distintos lugares donde la palabra ‘desaparición’ se utiliza es que la gente que se ve afectada por este tema está desesperada por dar con una manera de narrar, de contar, de dar cuenta de este asunto que sea lo más adecuada posible y que, con los recursos disponibles, con las herramientas con las que tenemos para hablar, no podemos contar con facilidad. Esa inquietud por el lenguaje –que parecería académica, intelectual o de la gente experta– es algo que se da en la vida cotidiana de aquellos que utilizan la palabra ‘desaparición’ que incluso encuentran en la propia palabra una manera mejor que otras de contar lo que les pasa, y lo que les pasa pueden ser cosas muy distintas en cada lugar del mundo, pero la palabra ‘desaparición’ es tan potente que los describe bien. La palabra desaparición es un hallazgo lingüístico interesante para hablar de las cosas que son difíciles de contar”.

—Hasta antes de leer su libro me parecía que había una falta de lógica al usar las palabras “desaparición” o “desaparecido” porque, entonces ¿qué somos nosotros? Usted responde a ello con la cita de Judith Butler respecto a que somos los “aparecidos”, pero ¿aparecidos de qué?

—Sí, ese juego que Butler me deja hacer entre el aparecido y el desaparecido es interesante, pone un poco las cosas en su lugar. Los desaparecidos son lo que nosotros no somos. Y el aparecido es aquel que dispone de las posibilidades de ser nombrado como ciudadano, como sujeto, como persona. El desaparecido es justamente lo contrario a todo eso, aquel que está al otro lado del lenguaje, de la ciudadanía, del sujeto, incluso al otro lado del ser humano. Por eso la palabra es tremendamente potente, no solamente caben los que fueron reprimidos por la dictadura argentina de los años 70, cabe cualquier sujeto que esté fuera del espacio de aparición; es decir, cualquier sujeto que dejó de ser sujeto; es decir, una infinita cantidad de cosas que la palabra “desaparecido” permite nombrar.

Aunque Gatti advierte que su libro publicado en la colección Noema de Turner no es sobre México, sí aborda en él la recientemente creada figura en la legislación mexicana de “desaparición forzada”.

“México es uno de los lugares donde se está más inteligentemente adaptando a la increíble diversidad de situaciones que pueden ser nombradas solo con el participio ‘desaparecido’ o solo con el sustantivo ‘desaparición’. Cuando hacía trabajo de campo allá en México hace algunos años, un jurista mexicano me hablaba de ‘la maldita palabra forzada’ porque se veía en la obligación de adaptar el adjetivo ‘forzada’ a la situación mexicana cuando ese término tiene que ver con otras situaciones diferentes de desaparición de las que se dan en México, que con las que define precisamente el derecho humanitario internacional, que cuando piensa en ‘desaparición’ piensa en una acción política ejecutada por el Estado o por cómplices del Estado que busca sacar del espacio de aparición, desaparecer, a un tipo concreto de sujetos, que son ciudadanos reconocidos como tales, a los que deja de proteger. Eso es la desaparición forzada, y en México ha ocurrido esto, en los 70 o incluso, forzando un poco las cosas, en Ayotzinapa, un caso en el que si bien no intervino el Estado directamente, sí cómplices del Estado.
“Bien, de acuerdo. Pero hay otra cantidad enorme de situaciones de desaparición en México que no tienen que ver con eso, que tienen que ver con sujetos que nunca han llegado a ser parte del espacio de aparición, que nunca han llegado a ser ni siquiera ciudadanos. En estos casos, aplicar la idea de desaparición forzada tal como la concibe el derecho o el derecho humanitario internacional es problemático, es castrante, no deja pensar bien lo que está ocurriendo en México donde hay incluso algo tan paradójico como desaparecidos vivos. Es que me cuesta trabajo decir la palabra ‘humanos’, son humanos porque así los consideramos, pero nunca han llegado a ser reconocidos como humanos, como personas, como sujetos. Es decir, nunca han sido desaparecidos, nacieron desaparecidos en algún punto. En México lo que está ocurriendo es tremendamente potente porque está dándose lugar a la posibilidad de que se empiece a pensar como desaparecidos –no me sale la palabra justa, de nuevo un problema de lenguaje– a esas personas que nunca han llegado a ser personas. El empleo excesivo de la idea de desaparición forzada, o el empeño en encontrar un culpable directo, un perpetrador directo, impide encontrar el problema estructural que está detrás de la desaparición, que en el caso mexicano es flagrante y es brutal: hay gente que nunca ha llegado a ser siquiera gente, que nunca llegó a aparecer.

No obstante, el sociólogo destaca que en el lenguaje popular no se añade el adjetivo “forzado”.

“En México, hay una inteligencia popular muy interesante. Se usa mucho la palabra ‘desaparecidos’ sin ponerle el adjetivo ‘forzado’. Hay un uso popular muy inteligente del lenguaje para hablar de las cosas que no tienen buen lenguaje. Es un proceso que en México todavía se está dando. Cuando empecé a hacer trabajo de campo allá en el 2017 se estaba inventando y se estaba haciendo uso de la palabra ‘desaparición’ para hablar de un montón de cosas que hasta ese momento no tenían palabra alguna. Y en el saco del ‘desaparecido’ se metían una barbaridad enorme de muertos, de distintos tipos, en donde cabían los desaparecidos forzados, pero no solo ellos; cabían migrantes, olvidados, pobres, gente sin techo, que vive, malvive o malmuere en los anexos. Cabía una enorme cantidad de gente que nunca fue gente. Ese ejercicio de invención popular me parece prodigioso, fascinante y enormemente creativo”.

—Dice que México se ha “adaptado bien”. Pero “adaptar” habla de ver normal una situación.

—Dicho así es terrible. No me atrevo a hablar con rigor de lo que ocurre en México, porque en esta materia es tan diverso lo que pasa allá, incluso me atrevería a decir tan rico, que no viviendo en México se me escapan los matices. Sí me da la impresión –y es no triste, pero sí inquietante –, que ha ocurrido algo similar a otros países, que es un nivel muy fuerte de institucionalización del tema (...) Eso no es malo. Por un lado, quiere decir que hay un reconocimiento social más fuerte ahora de lo que existía hace unos años. Pero, también es inquietante; quiere decir que el tema refleja un nivel de adaptación que indica también una cierta pérdida de sensibilidad. En cuanto se meten las instituciones en los asuntos, está bien, pero también es preocupante. En México, ahorita está la cosa en ese punto en el que para hablar de desaparición la conversación ya no se da tanto en la búsqueda de la palabra, del término justo, sino en un debate más institucional de lo que era hace años. Y hay ese sentido que comentas, una triste adaptación de una situación que se ha convertido en algo tan normal que ni siquiera asusta.

Comenta que para realizar la cartografía necesariamente tuvo que pasar muchas veces por México que, si no es el epicentro, es el multicentro de las desapariciones con un “vocabulario del horror muy rico”.

“Era brutal: los encajuelados, los levantados, los feminicidios… Todos esos términos que apuntaban a realidades distintas y que eran propios de la prensa roja, se empezaron a agrupar bajo un mismo concepto, que era el de los desaparecidos. Mi libro no es sobre México, sino sobre la categoría viajera del desaparecido y cómo ésta permite hablar de distintas situaciones de abandono. Y tendrá algo de especialmente potente la palabra ‘desaparecido’, que permite pensar cómo situaciones muy distintas, el levantado, el fusilado, el paseado (como se le llamó en España a esa otra forma de proto desaparición), se pensaban localmente de manera diferente, ahora se piensan todas con el mismo nombre. Y eso es interesante como fenómeno, que la gente en distintos lugares del mundo utilice el mismo término para hablar de cosas tan diferentes, es un proceso potente que en México ahora mismo se da dando todavía”.

El doctor en Sociología comenta que en cuanto a las desapariciones, no hay una solución única. En los países de Sudamérica o Guatemala, por ejemplo, hubo procesos de justicia transicional que dieron lugar a formas diferentes de investigación y juicio a los culpables, algunos más o menos eficaces, otros no.

“Lo que sí pensaría como una solución es el hecho mismo de usar la palabra ‘desaparecido’ para nombrar situaciones tan distintas pero que tienen algo común, que es el abandono estructural. No sé si sea una solución, el tipo de sociología que yo hago no es de soluciones, sino más bien de problemas, pero eso me parece celebrable: que en todos esos lugares se esté encontrando la posibilidad de darle nombre y, por tanto, de pensar situaciones que antes no se podían pensar. Eso me parece una forma, si no de encontrar la solución, sí de pensar algo, y eso es una solución en sí, eso introduce inteligencia en situaciones en las que la inteligencia no es precisamente el dato fundamental.

“Argentina y los países del Cono Sur, no fueron los países donde empezaron las desapariciones, sino que ahí fue donde se nombró de ese modo y a partir de que esa categoría tuvo éxito, aunque eso demoró unos años, hemos conseguido construir un concepto al grado que hemos logrado nombrado situaciones anteriores, como las de la Guerra Civil española, las de la guerra de Argelia o el holocausto, de las que no podíamos ni hablar porque ni siquiera teníamos el nombre. Es lo que decías al principio: un problema de lenguaje. Lo que me parece más de potente de la palabra ‘desaparecido’ es que es una palabra, que permite nombrar, y no sólo dar nombre sino también dar número, en España ahora podemos contar cuántos desaparecidos hubo, y en México recientemente el gobierno dio una cifra aproximada de desaparecidos, 130 mil, creo. Podemos registrar, contar, narrar desaparecidos, pero para eso necesitamos una palabra y esa palabra tomó forma en los años 70 en Argentina, después de eso la palabra viaja sola, con una capacidad enorme de nombrar, enumerar, contar y registrar, distintas cosas”.

caov

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José Juan de Ávila
  • José Juan de Ávila
  • jdeavila2006@yahoo.fr
  • Periodista egresado de UNAM. Trabajó en La Jornada, Reforma, El Universal, Milenio, CNNMéxico, entre otros medios, en Política y Cultura.
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