Cultura

De las visitas

Husos y costumbres

Recorrer la intimidad ajena —o invitar a otros a la propia— es un gesto de confianza, humor y hospitalidad que revela costumbres, afectos, errores y memorias compartidas.

Es bonito, cuando tienes invitados, mostrar la casa. Aunque sea pequeña, se siente cierto orgullo, gusto de dar a conocer un poco de tu intimidad. Y a la inversa, cuando uno va de visita, que te muestren las casas. Es un gesto de mucha confianza y agrado. Se parece un poco a cuando un animal te enseña la barriguita, su parte más íntima y vulnerable. Esperamos, como el animalito, que el otro la acaricie: qué bonita tu casa, qué iluminado el salón, cuántos libros, yo tengo un jarrón igual.

Está usted en su casa, los esperamos a cenar en su casa, se dice aquí muy amablemente, sin pensar en aquella confusión que hizo a unos refugiados españoles, convencidos de que en este país tenemos unas costumbres muy raras, esperar en su propia casa durante horas, con la fabada lista y la botella de vino abierta, a unos mexicanos que a su vez también los esperaban en la suya con las carnitas y el tequila a punto. Se ofrece la casa como si dijéramos “lo mío es tuyo”. Cosa peligrosa, dado el aumento de la delincuencia a últimas fechas; quizá por eso ya no se dice tanto. Allá en su casa, nos dice el taxista, tenemos un perro pequinés. Y el pasajero podría pensar que el pequinés ha pasado a ser también de su propiedad.

Hablando de visitas, tenemos el cuento más célebre de don Alfonso Reyes, “La cena” con esa extraña invitación que recibe el protagonista: “¡Ah, si no faltara!”, dice el mensaje. Acude el hombre a la casa de aquellas dos mujeres desconocidas y toda la realidad se trastoca; la entrada de decoración tan fría —al estilo de Nueva York, dice—, con las dos máscaras japonesas y luego el comedor junto al jardín donde los rostros de las mujeres comienzan a parecer que flotan en la oscuridad; la casa se afantasma y el visitante con ella.

En vano busco la crónica o el relato de uno de nuestros autores del XIX (¿sería Prieto, Payno…?) en el que, según recuerdo, un personaje visita una casa y se le ofrece una comida copiosa, después el chocolate, después el vino, después una cama para descansar; incapaz de la grosería de rechazar tantas amabilidades, el visitante no logra irse nunca. La contraparte de esa situación es aquella frase hiriente que nunca me ha gustado: las visitas tienen sueño.

El caso es que es bonito mostrar la casa y ver las casas de otros, como si nos tomáramos una fotografía distinta, la de nuestras costumbres, nuestros sueños y deseos. Aquí es donde practico el yoga o aquí Herlinda se encierra a dar sus cursos de ikebana (hace muchos años supe, por cierto, de un filósofo muy distraído que en una cena de la embajada japonesa se comió el ikebana creyendo que era la ensalada, pero es otro tema; ando tan distraída como él).

AQ

Google news logo
Síguenos en
Ana García Bergua
  • Ana García Bergua
  • Autora de novela, cuento y crónica. Miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte, Premio Sor Juana Inés de la Cruz 2013 por La bomba de San José y Premio Nacional de Narrativa Colima 2016 por La tormenta hindú. Recientemente publicó Leer en los aviones y Waikikí, junto con Alfredo Núñez Lanz.
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MILENIO DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MILENIO DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
Laberinto es una marca de Milenio. Todos los derechos reservados.  Más notas en: https://www.milenio.com/cultura/laberinto
Laberinto es una marca de Milenio. Todos los derechos reservados.
Más notas en: https://www.milenio.com/cultura/laberinto