Cultura

Memoria (de familia) patafísica

Libros | Reseña

Fernando Arrabal, fundador del Movimiento Pánico con Alejandro Jodorowski y Roland Topor, publicó un collage de recuerdos e imágenes de su vida.

La confusión, como crítica de la memoria, es una luz que ilumina los fundamentos de la vida y mantiene cerca la aventura poética de vivir. Permite, por ejemplo, comprender esos ratitos de eternidad que toda biografía encierra. Y es, en resumidas cuentas, lo que expresa el libro Familia (de memoria), de Fernando Arrabal, una aproximación autobiográfica que traza de forma muy personal un puñado de vivencias relacionadas con familiares, amigos y allegados, así como algunos mensajes de correo electrónico de uno de los autores vivos más singulares de la literatura contemporánea.

Esta aproximación “confusa” de Arrabal (Melilla, 1932) refleja, ante todo, una palabra luminosa, refulgente; una palabra que, como dice su editor, Pollux Hernúñez, ha sido “la sangre de su existencia”; “palabra abundante, poliédrica, esplendorosa, y sobre todo palabra siempre fresca, vibrante y transgresora en todos los géneros en que se manifiesta”, pues muchas han sido las obras de este autor, desde sus célebres piezas de teatro como Picnic, El Triciclo, Fando y Lis, El cementerio de automóviles, Bestialidad erótica o Carta de amor (como un suplicio chino); novelas como Baal Babilonia, La torre herida por el rayo, La hija de King Kong, La matarife en el invernadero o El circunspecto; o poemarios como La piedra de la locura, Mis humildes paraísos o Diez poemas pánicos y un cuento, sin descontar sus libros de artista únicos, sus filmes, óperas, pinturas y ensayos, más los libros de ajedrez que reflejan la fascinación de este pequeño gran hombre por el universo de las estrategias fatales.

Familia (de memoria) es, explicado de manera sencilla, un collage de textos donde se repasa una vida llena de acontecimientos inusuales, de situaciones patafísicas que siguen los derroteros de sus afectos, donde el recurso literario se convierte en poema espontáneo y, a la manera clásica, se ofrece una unidad de opuestos que describen un universo complementario constituido por excepciones. Un universo, a la manera de Alfred Jarry, donde todo es extraordinario y justifica la existencia de una vida fuera de lo normal.

Si no, cómo explicar aquel encuentro en México con un Jim Morrison atraído por el Surrealismo, el movimiento Pánico y la Patafísica, con el que coincidió en una manifestación en el Palacio de los Deportes, de la que huyeron juntos para beber con los bolsillos del alma llenos de nostalgia, hasta que a las cinco de la mañana, dice Arrabal, planeaban al borde de un delirium tremens del que acabaron de despegar cuando a las 11:30 se comieron dos macetas de geranios gritando ¡Viva México y Eve Babitz! y, al fin, abandonaron el Under the Volcano del Edu Bar.


Cómo explicar el vuelo de un calzoncillo verde comprado en Nueva York en una tienda sugerida por Andy Warhol, que pasó delante de las narices de André Breton antes de llegar a manos de su grand frère Alejandro Jodorowsky, y que les costó a ambos, primero, un juicio sumarísimo del núcleo duro surrealista y, después, la aprobación del Santo Padre y una invitación a su casa de la calle Fontaine para tomar una copita de ron blanco, la mejor prueba de que eran personas gratísimas del movimiento.

Aunque Arrabal no haya formado parte de los cuatro avatares de la modernidad, puesto que, como él mismo asegura, Dadá, el Café Voltaire, el Dadaísmo y sus siete manifiestos sucedieron dieciséis años antes de su nacimiento, su vida ha visto ocultarse tras la puesta del sol a muchos grandes amigos que forman cada uno una galaxia en el universo del arte y la literatura, de Picasso y Aragon a Dalí, Ionesco y Beckett, pasando por Louise Bourgeoise, la hija de Madame Angot o Nusch de Éluard, hasta un inmenso Roland Topor, a quien hubiera querido esconder debajo de la inmortalidad y sus venturas.

Pero los inmortales, nos dice Arrabal, “se alejan de mí para subir al cielo, al paraíso o al inmenso sol. Los egipcios imaginaban que los elegidos retozaban en prados de estrellas mamando eternamente el seno de la diosa Nut. Homero suponía que ‘la más dulce vida’ se daba en los confines de la tierra, en los Campos Elíseos. Platón creía en una Isla de los Bienaventurados y Píndaro en un segundo Olimpo reservado para los mejores. Mientras que, para los más humoristas, Proteo concibió un paraíso con rebaños de focas”. Así que Arrabal ahora oye, como las criaturas de la Odisea, los mugidos del toro, pero también los silbidos de la serpiente. “¿Por qué tuvieron que ocultarse Topor y mis amigos? ¿Es hoy el hombre menos inmortal que nunca?”, se pregunta.

Vida de memoria, este libro de Arrabal, en cuya historia lo que cuentan son los detalles, hace aflorar la patria de un hombre desterrado de su tierra natal por su afán transgresor y libérrimo, donde el arte termina siendo el único país cierto en el que “escribir permite no dejarse asfixiar por la ceniza temblorosa de la realidad a pesar de que se encadena al sufrimiento imprescindible”. En ese territorio, para siempre, una lengua, el español, es su certeza a pesar de que sus primeros editores suelan aparecer como peldaños extranjeros y de que una parte importante de sus poemas, su teatro y sus novelas se irise compuesto en francés, pues es en Francia donde ha vivido desde que se desterró definitivamente a raíz del proceso judicial al que la dictadura franquista le sometió en 1967 por blasfemia y ultraje a la nación española tras dedicar un libro con la siguiente frase: “Me cago en Dios, en la patria y en todo lo demás”.

De esta forma, Arrabal ha elaborado una obra que es su patria y que él mismo considera la de un desterrado, la cual, contrariamente a lo que imaginan sus compatriotas censores con el polvo de sus piedras, “son bálsamos diluidos con ponzoñas”. Pero gracias al destierro, a él llegaron los movimientos marginales como flores o abrojos de la tierra de nadie y la Patafísica acabó iluminando su trabajo, mientras el movimiento Pánico, que fundara con Jodorowsky y Topor, le sigue asombrando por su lucidez medio siglo después, pues su vida ha sido la participación en núcleos de belleza y amor, y no de intolerancia y estupidez.

Agnóstico que aspira a santo, hijo intelectual de una madre, la “madre” Mercedes, que le enseñó de párvulo a ser sabio, a odiar la mentira, a inventar su propio ritmo poniendo patas arriba toda planificación preparándolo para vivir como centella, enseñándolo a determinar con sus elecciones el curso de la historia, a dibujar el paraíso y cantar levantando el corazón por encima de la naturaleza, Arrabal, arrabalaicamente en clave de fa, un arrabal junto al cielo, nos ilumina en este libro con su ternura, con su imaginación, con su memoria, una memoria hecha de fragmentos que arden como soles y nos deleitan con su genio y su humor a través de unas páginas donde el infinito nos eleva y planeamos a bordo de sus palabras como las gaviotas se elevan con la brisa temblando de felicidad.

ÁSS

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Laberinto es una marca de Milenio. Todos los derechos reservados.  Más notas en: https://www.milenio.com/cultura/laberinto
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