Cultura

Maldito invierno

Toscanadas

Desde latitudes muy al norte del ecuador, el autor cuestiona las visiones románticas de la estación actual, con apoyo de la literatura.

Por estas fechas, la publicidad y otros invasores presentan imágenes idílicas sobre el invierno, la nieve cayendo sobre una cabaña en los bosques y cursiladas así. Pero el frío no es feliz. Al decir que en el mar la vida es más sabrosa, no se piensa en el mar de Barents ni en el mar de Amundsen.

En ciertos países europeos, sobre todo los nórdicos, hay quienes se rasgan las vestiduras por el calentamiento global, pero disfrutan sus inviernos menos crudos y notan que así el consumo energético es menor.

Se sabe que allá en el siglo X hubo también un calentamiento que nadie achacó a que el ser humano cocinara con boñigas, y la gente vivió feliz. Polonia fue por entonces un centro productor de vino. Luego llegó un enfriamiento del mundo en torno al siglo XVII. Hubo mucha hambre y muerte.

En la literatura, la palabra invierno no suele llevar adjetivos como “placentero” o “alegre” o “venturoso”.

Ya hace veinticinco siglos, un poeta griego dice que los dioses envían el “maldito invierno”, y Jenofonte escribe: “Quedaban atrás los soldados que habían sido cegados por la nieve y que tenían gangrenados los dedos de los pies debido al frío”. Por supuesto eso nos hace pensar tiempo después en Napoleón.

En Vida y destino, de Vasili Grossman: “Todos se sentían oprimidos por la crueldad del frío, por la violencia implacable del viento helado, por la inmensidad de la guerra que se extendía por los vastos ríos y llanuras rusos. ¿Cuánto tiempo puede soportar un ser humano una vida llena de hambre y de frío?

Varlam Shalamov tenía su termómetro: “Si había niebla helada, quería decir que fuera hacía cuarenta grados bajo cero; si al expulsar el aire este salía con un silbido pero aún no costaba respirar, significaba que hacía cuarenta y cinco grados; pero si la respiración era ruidosa y faltaba el aire, entonces era que estábamos a cincuenta grados. Por debajo de los cincuenta y cinco un escupitajo se helaba en el vuelo”.

El polaco Gustav Herling-Grudziński escribió desde un gúlag soviético que los prisioneros “se morían de nostalgia de su país y, también, por el hambre, por el inusitado frío y por el monótono blanco de la nieve”.

Y Solzhenitsyn nos plantea el dilema invernal de su personaje: “La temperatura es de veintisiete grados bajo cero. Shújov tiene treintaisiete sobre cero. ¿Quién vencerá a quién?”.

Cierto es que en esos países la primera nevada tiene su encanto. Pero luego vienen cuatro o más meses en el frío, el hielo, el lodo, abrigos, botas, guantes y gorros, resbalones, cuentones de gas, ganas de no salir, gente enfurruñada en los tranvías, días de pocas horas, noches eternas. No es tiempo de jo, jo, jo.

AQ / MCB

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Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MILENIO DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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Laberinto es una marca de Milenio. Todos los derechos reservados.  Más notas en: https://www.milenio.com/cultura/laberinto
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