Cultura

La enfermedad y la fiesta | Por Ana García Bergua

Husos y costumbres | Nuestras columnistas

"¿Cuánto tiempo más podremos pasar así, sin abrazarnos y brindar aunque sea con máscara y de perfil, como egipcios pintados?"

Me esperaba toda la semana a que llegara el sábado de la tan ansiada fiesta, pero ese día —serían las expectativas, las calenturas tan propias de la edad—, si no es que el día anterior, ya traía un fiebrón de 38 grados, escalofríos y unos mocos nada sensuales. ¡Ay, aquellos catarros que arruinaban la fiesta, que lo arruinaban tanto todo! Y el tamaño de la decepción, el burdo intento de ir tiritando afónica con aquel vestido tan destapado (ya, mamá, ya no me digas, me siento muy bien, tú no te preocupes) y los tacones, y el regreso de la derrota, el viaje a la pachanga que no pasó del elevador. Ay, las fiestas que se avecinan; ay, las fiestas, y ahora todos con miedo a quedar enfermos. Fui a la FIL a enfiestarme de libros y, como siempre, algo me dio porque yo con las fiestas, por lo visto, me pongo mal. De anticipación, de demasiada alegría por encontrar a tanta gente, del estómago la mayor parte de las veces. Fui a la FIL a celebrar a Camila Sosa y sus travestis que enfiestan en Las malas la discriminación, el maltrato y la desgracia para darse algo de luz. Fui a la fiesta y la terminal 1 de regreso apestaba a orines y total descuido, mientras por ahí festejaban un aeropuerto que parece de ficción y el Supremo se organizaba en el teatro del Zócalo su festival con multitud incluida.

En este mes celebraremos el nacimiento de un hombre al que se venera cubierto de llagas y enfermo de torturas. Y a la Virgen que nunca fue a una fiesta. Las máscaras de carnaval esconderán las marcas de la peste, la locura y la sífilis, como ha sucedido siempre, y el carnaval será purga y renacimiento, pero también alegría pura, anhelado encuentro. Habrá fiestas de todas clases, ricas, pobres y de maldecida clase media, con piñatas, risas e infaltables peleas —que sin peleas las fiestas no saben del todo, especialmente las de esta época del año que juntan a tanta gente separada, a veces con buenas razones. Ay, los aeropuertos, ay, las terminales de autobuses, y el bicho que no es un bicho regodeándose con copas de vino blanco, sidra, martinis y canapés en cada uno de sus pequeñísimos tentáculos (no se llaman tentáculos, se llaman espículas, me corregiría mamá, al ver que no me pongo el suéter). El maldito virus que se invita a todas las fiestas, ahora con su nuevo traje que parece nombre de supervillano: Omicrón el Invencible.

Fiestas que se cancelan por precaución, fiestas con aire a las que acudimos con todo y miedo porque si no, ¿qué, cómo, cuánto tiempo más podremos pasar así, sin abrazarnos y brindar aunque sea con máscara y de perfil, como egipcios pintados? En el país de los abrazos, ¿cómo vamos a pasar las fiestas sin fiestas?

AQ

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Ana García Bergua
  • Ana García Bergua
  • Autora de novela, cuento y crónica. Miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte, Premio Sor Juana Inés de la Cruz 2013 por La bomba de San José y Premio Nacional de Narrativa Colima 2016 por La tormenta hindú. Recientemente publicó Leer en los aviones y Waikikí, junto con Alfredo Núñez Lanz.
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MILENIO DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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Laberinto es una marca de Milenio. Todos los derechos reservados.  Más notas en: https://www.milenio.com/cultura/laberinto
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