En 2008 Eric Hobsbawm señaló la declinación de los manifiestos (políticos, artísticos) y su lastimosa sustitución por “ese espantoso invento de la declaración de misión”, con la que la jerga empresarial se convertía en un lenguaje público cautivador para “los entusiastas de perogrulladas mal escritas”. Si el Manifiesto comunista, reputado como el más popular de la historia, fue recuperado a la vuelta de siglo, incluso por los capitalistas (recordemos la conocida frase del magnate Warren Buffett: “Hay una guerra de clases, de acuerdo, pero es la mía, la de los ricos, la que está haciendo esa guerra, y vamos ganando”), según el historiador británico fue por “la ausencia en Occidente de una izquierda con verdadera relevancia política” más que por la revitalización del antiguo género de combate.
Los movimientos sociales de la segunda década de este siglo, sin embargo, salvaron a los manifiestos de la extinción, permitiéndoles retornar al mundo de las ideas y al mercado editorial. En esta línea, Bhaskar Sunkara, fundador de la revista Jacobin, publicó el Manifiesto socialista. Por una política radical para un mundo que se volvió invivible (Siglo XXI Editores Argentina, 2020) y Chiara Bottici, directora de Estudios de Género y Sexualidad en The New School for Social Research en Nueva York, el Manifiesto anarcofeminista (Ned Ediciones, 2021). De este último me ocuparé a continuación.
El anarcofeminismo es de particular relevancia en Sudamérica y de notoria presencia en la tercera ola del feminismo en México. Grupos como el Comando Feminista Informal de Acción Antiautoritaria (COFIAA), el Aquelarre Anarcofeminista Insurreccionalista e Informalista y las Fenoménicas Brujas e Insurreccionalistas, entre otros, forman parte del insurreccionalismo anárquico y persiguen objetivos antipatriarcales y anticapitalistas. Al respecto la filósofa italiana considera que el anarcofeminismo y la teoría queer deben complementarse (postura rechazada por las Fenoménicas Brujas e Insurreccionalistas quienes consideran la teoría queer una ideología burguesa).
En su radiografía de la “androcracia global”, Bottici problematiza el entramado político que violenta indistintamente a las mujeres y a las minorías sexuales en planos e instancias tales como la muerte, el Estado, el capital y el imaginario: “La muerte, porque las mujeres son víctimas de un genocidio mundial; el Estado, porque el Estado soberano es un instrumento del sexo soberano; el capital, porque sus economías explotan más a unos sexos que a otros; y lo imaginal, porque el imaginario androcrático global produce y reproduce constantemente imágenes que son perjudiciales y opresoras para las mujeres y otros segundos sexos”. La condición étnica, de clase o colonial sobredetermina esta opresión primigenia.
Distante de la perspectiva leninista según la cual el Estado es un instrumento de la clase propietaria, mas no de esta visión instrumentalista, Bottici ve en el ente estatal una herramienta fundamental para asegurar la dominación masculina, de manera tal que la soberanía se identifica con el sexo soberano, esto es, el masculino (cisgénero). Asimismo, las fronteras regulan la movilidad de la fuerza de trabajo y la racializan en la medida en que “necesita asegurar que unos cuerpos sean más explotables que otros”. Escapa a su análisis lo que acontece en múltiples lugares del Tercer Mundo, donde la soberanía estatal cedió ante una soberanía criminal de facto (México ofrece un prontuario). El Manifiesto aventura que “no hay un trozo de tierra que no esté cubierto por un Estado” que delimita las fronteras de la inclusión. No obstante, con todo y la ausencia efectiva del Estado, la dominación varonil se perpetúa sin la mediación de la ley o del monopolio de la violencia legítima por parte de aquél.
En el mundo del trabajo la división entre el trabajo asalariado (masculino) y reproductivo (femenino) ahonda la asimetría entre los géneros dado que uno es retribuido monetariamente y el otro impago, aunque ambos coadyuven a la acumulación capitalista. A despecho de esto, como plantea el feminismo marxista y retoma Bottici, la teoría del valor-trabajo no identifica el trabajo asalariado con el trabajo productivo (el que genera valor), sobre el cual se ejerce la explotación (apropiación del plusvalor por el capital). Por tanto, una porción del trabajo asalariado también tiene un carácter reproductivo (la administración, la salud, la escuela) y no es exclusivamente femenino. Ello no obsta para admitir con la filósofa italiana que las relaciones de dominación frecuentemente deniegan el carácter de trabajo a las actividades reproductivas y de cuidados. Este no-trabajo equivale en términos prácticos a la explotación de los recursos naturales y la desposesión de quienes ocupan territorios codiciados por la empresa neoextractivista, en la media en que se asumen como algo dado y gratuito, cual materia disponible para la colonización del capital.
El anarquismo abjura de todas las jerarquías, asumiendo que éstas legitiman la dominación de unas personas sobre otras y, en consecuencia, el Manifiesto postula que han de combatirse simultáneamente todas ellas. Las pocas mujeres situadas en posiciones de poder refuerzan la dominación masculina, por lo que Bottici propone acabar con las élites. En este mismo sentido, “aspirar a tomar el poder estatal o reclamar su reconocimiento… supone reproducir la misma androcracia global que actualmente nos oprime y nos explota”. Esta emancipación requiere pensar globalmente y, al mismo tiempo, actuar localmente, por lo que cualquier ámbito y escala de la acción es importante para conseguirla. Sin embargo, habrá de tenerse plena conciencia de que “si la opresión es global, global ha de ser la lucha” para abolir el capitalismo y el Estado autoritario, es decir, por construir un mundo “más allá de la oposición entre hombres y mujeres, y por ello también, de algún modo, más allá del feminismo mismo”.
En suma, el Manifiesto anarcofeminista translitera el ideal ácrata y comunista al código feminista, remplaza al proletariado (aliado con el campesinado) por el segundo sexo (mujeres y minorías sexuales) cual sujeto histórico universal, cuyo triunfo definitivo mediante la revolución (no necesariamente violenta) será la sociedad reconciliada, quien acabará con las contradicciones que pautaron su movimiento dando lugar al reino de la libertad.
Manifiesto anarcofeminista
Chiara Bottici
(NED Ediciones)
Carlos Illades es profesor distinguido de la UAM y miembro de número de la Academia Mexicana de la Historia. Tiene en prensa 'Historia mínima. Comunismo y anticomunismo en el debate mexicano' (El Colegio de México), en coautoría con Daniel Kent Carrasco.
AQ