Cultura

Los pastelillos marca Wes Anderson

Los paisajes invisibles

‘El esquema fenicio’ repite las fórmulas visuales y narrativas del cineasta texano, pero esta vez sin la frescura ni el ingenio de sus mejores películas.

La mayoría de los fans de Wes Anderson elige Moonrise Kingdom (2012) como la mejor película del director texano, mientras que otros prefieren El gran hotel Budapest (2014), esa comedia de enredos cuya rareza más conspicua es el lunar con forma de la República Mexicana que Agatha, la asistenta del mesón, lleva en la mejilla derecha.

Ciertos espectadores escogen a Fantastic Mr. Fox (2009) o Isla de perros (2018), las conmovedoras fábulas stop motion en las reflexiona sobre la crueldad humana hacia el reino animal, y algunos a Los Tennenbaum (2001) y Viaje a Darjeeling (2007), relatos que giran sobre el mismo eje, familias disfuncionales y trastornos freudianos que derivan de esas convivencias malogradas pero en tono lúdico y descafeinado pues la mirada de Anderson se enfoca en lo ligero y rehúye lo sórdido o monstruoso, aunque, pensándolo bien, casi todas sus películas giran sobre los mismos ejes.

Y es que, Wes Anderson forma parte de esa legión de realizadores cuyo estilo es circular: moralejas recurrentes; personajes de un mismo molde a veces corregido, a veces aumentado; escenarios de caja de muñecas; ornamentos con detalles que no escapan del campo visual; una paleta de colores que oscila entre la sobriedad y el abigarramiento. Y si a esto le sumamos la dirección de actores más teatral que propia del lenguaje fílmico y una banda sonora minuciosamente elaborada para enfatizar el temperamento del relato, la marca de Wes Anderson se impone, como sucede con Woody Allen o Pedro Almodóvar.

La maravillosa historia de Henry Sugar (2024), adaptación de cuatro cuentos de Roald Dahl, compendia el universo narrativo del británico que se enfocó en la literatura infantil sin eludir ni edulcorar el lado oscuro de la condición humana. De la obra de ese hombre que no fue, precisamente, un dechado de virtudes, Anderson eligió “El cisne”, “Veneno”, “El desratizador” y el texto que da título al cortometraje, para armar una parábola perfecta de la fantasía desfigurada por los defectos del mundo real, lo que no acontece en Asteroid City (2023) ni El esquema fenicio, su nuevo filme.

Como el pan de caja industrial, ambas producciones saben a lo mismo. Son historias que bordean el tedio: tramas de poca imaginación pero con una buena dosis de esnobismo, héroes acartonados, humor pueril, y por supuesto, el discurso iterativo de la relación proterva entre padres e hijos, la familia entera.

Traiciones, atentados, rencores y avaricia enmarcan la patética aventura de El esquema fenicio, un argumento trasnochado: a Zsa–Zsa Korda lo persiguen sicarios de todo el mundo y de diversos intereses políticos y económicos. Es un hombre sin nacionalidad por voluntad propia, su patria mental son los negocios lícitos o ilegales, el dinero es su identidad. Lo acompaña su hija mayor, una aspirante a monja que usa cofia pero se maquilla como modelo, lleva las uñas largas de color rojo encendido, y encima, fuma pipa, y un espía estadunidense que finge ser noruego con acento germano, para sortear los incontables ataques que le dan a Zsa–Zsa una probadita de la muerte, instantes en los que expía sus pecados una y otra vez. En suma, la película de Wes Anderson resulta más ridícula que ingeniosa, con ínfulas de thriller sofisticado y un barniz de exquisitez (las pinturas inspiradas en Egon Schiele que decoran los espacios, mas otras obras de artistas contemporáneos) y saturada de truculencias anecdóticas que poco aportan al producto final. Vaya, que hasta José Agustín escribió un guion similar, Alguien nos quiere matar, de 1970, llevado a la pantalla por Carlos Velo y protagonizado por Julio Bracho y Angélica María

El esquema fenicio pone de manifiesto que para Wes Anderson ya es hora de dejar de repetirse. De lo contrario, su filmografía terminará siendo el mismo pastelillo con idéntico color pero cada vez más empalagoso.

AQ

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Laberinto es una marca de Milenio. Todos los derechos reservados.  Más notas en: https://www.milenio.com/cultura/laberinto
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