Cultura
  • La ciencia como espectáculo: rápida, accesible y sin rigor

  • Ciencia

Al divulgarse por internet, el conocimiento se aleja del método científico y se acerca a la voluntad del algoritmo. (Laberinto)

La divulgación científica actual privilegia el carisma; renuncia al rigor para disfrazarse de entretenimiento. Prima la inmediatez, no el pensamiento.

Gilles Lipovetsky señala a la ligereza como una tendencia que caracteriza a las sociedades hipermodernas. El espíritu deslactosado se manifiesta en todos los aspectos del mundo actual: el arte, la tecnología, la ciencia, la vida cotidiana y dicta nuevas maneras de relacionarse, impone el consumo como esencial y propone la búsqueda de lo provisional, la liberación de ataduras y la abolición de lo pesado.

La comunicación de la ciencia no es la excepción. Puede parecer curioso y hasta paradójico que la divulgación de la ciencia sea parte del aligeramiento social porque la comunicación ya es, de por sí, ligera. Transmitir una idea científica es de entrada una simplificación, implica la reducción de la realidad que deja al margen una dimensión inasible de los fenómenos y los objetos; divulgar es ya de entrada un adelgazamiento de los conceptos.

Comunicar en el lenguaje común y renunciar a las matemáticas o los términos precisos de las disciplinas de conocimiento es renunciar a una parte de la riqueza del mundo, y aunque no hay muchas opciones, sí hay niveles de calidad.

Pasaron ya los tiempos en que divulgar el conocimiento tenía un carácter de rebeldía. Cuando los avances científicos detonaban revoluciones de pensamiento en el momento que alcanzaban a la sociedad y cuando los descubrimientos en el laboratorio generaban inquietud colectiva y exigencias subversivas.

Ya no estamos en la situación de uno de los primeros divulgadores de la ciencia: Galileo Galilei, que debió ponerse de rodillas ante el clero, amenazado de muerte por ser el autor de un libro de divulgación titulado “Diálogos sobre los dos máximos sistemas del mundo”.

Tampoco tenemos ya a “Popular Science” la revista de divulgación científica inglesa de 1872 en que publicaron Thomas Alva Edison, Alexander Graham Bell, Louis Pasteur o Thomas Huxley y que denunciaba mientras anunciaba un mundo por venir—que, por cierto, hoy es criticada por buscar el espectáculo antes que la fiabilidad científica—.

Hoy, la divulgación científica busca transportar al interesado sin que este haga esfuerzo, se trata de que flote con ligereza ante las ideas especulativas. Ahora se pretende comunicar sin complejidad liberando al receptor de la pesadez que puede implicar el misterio, el acto indeseable de atisbar más de lo que es digerible. Se trata de arrullar con una comunicación flexible, acomodada en las creencias y suposiciones.

Ahora está en marcha todo un ejército de “divulgadores” que usan las redes sociales y “crean contenidos”. Los influencers emprenden un proceso de aligeramiento de las ideas. Se deshacen de la solemnidad y el peso de la vida académica para buscar el placer y un culto de la naturaleza bajo en calorías y gluten-free. No se detiene en el rigor o la importancia, porque el mensaje debe llegar rápido exaltando la superficie y la sensación.

Ingravidez, linealidad y diversión. Se trata de alejarse de la ostentación y abrazar la jovialidad. La divulgación científica ha dejado de ser una actividad reflexiva para volverse placentera.

No tiene por ambición representar a la realidad ni comunicar un mensaje; es fuegos artificiales, espectáculo de luces, y sobre todo: sensación. La comunicación de la ciencia ahora es juego y percepción. Todo debe ser visto en un minuto, con el comunicador haciendo gestos y hablando rápido mientras la cámara cambia de ángulo. Debe estar disponible en redes, debe ir acompañada de humor, evanescencia, parpadeo, entretenimiento, distracción y hasta, ¿por qué no? un poco de ciencia.

Aunque ya tuvimos a la ciencia ficción como arte que comunica descubrimientos científicos y avizoran el futuro, ya no está Julio Verne para generar discusión sobre la naturaleza de las cosas. No hay nadie que tome como base la creatividad y el conocimiento existente. Al revés, a Alfonso Cuarón le importa un bledo si el drama se sostiene. Hace aparecer lo que sea necesario con tal de producir una tragedia en el espacio cuando la producción cinematográfica lo exige, inventa lo que tenga que inventar porque la veracidad es lo de menos.

La comunicación de la ciencia ya no es esencia sino pose.

El divulgador debe ser una estrella. Recibir aplausos, ser vitoreado como científico, aunque no lo sea. El divulgador es un ser mediático, no pretende expresar ideas o hacer reflexionar a su público no busca significados profundos sino espontáneos. A cambio alcanza a millones de seres humanos. Nunca fue la ciencia tan democrática como ahora. Jamás se hubiese pensado que la persona más alejada de la vida intelectual o académica fuese a preguntar por universos paralelos, —que por cierto no es ciencia, pero sí un tema favorito de la nueva divulgación científica—.

Los agujeros negros como representación de la muerte, la mecánica cuántica como validación de lo esotérico, viajes al pasado como anhelo humano para corregir los errores, genética como espectáculo de seres modificados con superpoderes; nunca estuvo la ciencia más cerca de Disneylandia: encantadora, fácil, accesible y ligera.

AQ

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Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MILENIO DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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Laberinto es una marca de Milenio. Todos los derechos reservados.  Más notas en: https://www.milenio.com/cultura/laberinto
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