Cultura

Asexualidad, una manera distinta de pactar con el deseo en la nueva novela de Andrea Chapela

Literatura

En ‘Todos los fines del mundo’, la narradora mexicana Andrea Chapela explora la pasión, la amistad y la fragilidad del lenguaje desde un futuro sofocado por la crisis climática.

La mecánica cuántica ofrece ideas asombrosas que los mortales sólo concebimos como producto de una imaginación desbordada. Por ejemplo, que una partícula subatómica puede estar, hipotéticamente, en dos lugares a la vez. Solo la mirada de un testigo determina su posición real. En la lengua de la ciencia, esta fantasmagoría se denomina superposición.

Con las licencias poéticas adecuadas, es posible afirmar que ciertos libros ostentan una condición similar. Se escriben de forma simultánea en el pulso febril de un mes y en el ritmo paciente de media década. Su escritura se superpone y hace falta que alguien se detenga a observar un momento específico para encuadrar el proceso.

Todos los fines del mundo, la nueva novela de Andrea Chapela (Ciudad de México, 1990), pertenece a esta categoría.

Instalada en un departamento de la colonia Santa María la Ribera y con las maletas todavía sin desempacar tras una larga estancia en el extranjero, la narradora mexicana escribió una primera versión en noviembre de 2019. Pero la escritura se materializó también durante un lustro, en la lentitud de los días de un encierro obligado por la pandemia. Eso y el trance acre de una ruptura sentimental la obligaron a desarmar y reescribir el manuscrito.

En la primera parte de la novela conocemos a Angélica, una mexicana que estudia teatro en Madrid. En ese futuro no demasiado remoto hace un color inaudito. La emergencia climática ha reconfigurado la vida cotidiana. En los días de mayor riesgo —los “días extremosos”, cuando las temperaturas superan los 50 grados centígrados—, la población debe resguardarse. Exponerse a ese clima apabullante, aunque solo fuera por diez minutos, podría resultar fatal.

En ese cautiverio impuesto por el resentimiento de la naturaleza, Angélica trata de encontrarle sentido a los sentimientos que ha desarrollado por Manu y Susana, ese par de seres humanos que se han vuelto el centro de su existencia. En su remota soledad europea, se aferra a ellos como a un bote salvavidas.

Una de esas mañanas, el trío discurre sobre el origen de un puñado de palabras. Se detiene con particular interés en la etimología de “amor”. Angelica nos informa que “amor” y “amistad” comparten la misma raíz indoeuropea (am-) y que, por lo tanto, esas dos ideas estaban entroncadas desde tiempos remotos pero rastreables.

En la ficción, la casualidad se rige por la lógica. Cuando Angélica debe volver a México por una contingencia burocrática, el mundo colapsa. Nuestra protagonista termina acorralada e incomunicada en un pueblo alejado de la capital del país. La esperanza de volver a España parece, de momento, borrada de su horizonte. No obstante, encuentra una pequeña comunidad que le permite capear los días e incluso considerar la posibilidad de volver a sentirse atraída por alguien.

Para contener el desasosiego, Angélica intenta conservar a Manu y a Susana a través de la escritura. “Si no los escribo, los voy a perder”, se dice. Entonces se vuelca en la escritura de un diario donde reconstruye a “esos amigos que son también sus amores”. Así llega —y así, también, nos hace llegar— a una de las preguntas fundamentales de esta novela: ¿cómo nombrar lo que sentimos cuando el vocabulario disponible resulta insuficiente?

“Yo misma tenía una confusión sobre el amor y la amistad”, me confía Andrea mientras se entretiene con la oreja de su taza de café el día en que conversamos sobre la novela. “Hay gente que se siente supercómoda en la pareja; yo, al contrario, estoy muy cómoda en la amistad”.

Andrea Chapela, escritora mexicana, con un ejemplar de su libro Todos los fines del mundo, novela de ciencia ficción
Andrea Chapela: “Ahora, mis amistades y yo notamos cómo son las parejas las que vienen y van”. (Foto: Ángel Soto)

Chapela pertenece a una generación que heredó promesas sobre la adultez —casa propia, estabilidad laboral, salarios no precarizados, pensión para el retiro— y descubrió que, en la mayoría de los casos, ninguna era alcanzable. Cuando las marcas tradicionales de madurez se han venido abajo, la jerarquía de las relaciones también debe reconfigurarse. “Para la generación de mi madre —explica— estaba muy claro que la adultez consistía en tener una pareja que le diera sentido. Había que buscar a alguien con quién compartir la vida, y esa pareja vería amistades ir y venir. Ahora, mis amistades y yo notamos cómo son las parejas las que vienen y van”.

Pensar sobre el desplazamiento de los afectos abre la puerta a otra pregunta que es, más bien, el empeño de llenar un vacío: ¿qué sucede cuando el deseo tampoco cabe en las definiciones conocidas?

En Todos los fines del mundo, Chapela se adentra en una zona inexplorada de la literatura mexicana: la asexualidad, que no es, como podría pensarse, la ausencia del sexo, sino una manera distinta de pactar con el deseo.

A menudo, el lenguaje nos presenta trampas de esa índole. Nombrar tus sensaciones con la palabra justa te concede el momentáneo alivio de sentirte parte de algo, pero las etiquetas pronto empiezan a ser agobiantes. En la novela, Angélica opta por otra vía: elige aceptar que su deseo es cambiante.

La inquietud por el lenguaje atraviesa otros libros de Andrea Chapela. Grados de miopía (Tierra Adentro, 2019) explora, entre otras cosas, la maleabilidad de las palabras. Al respecto, me cuenta: “En algún momento de mi vida creí que las palabras eran duras. Que designaban una cosa y detenían la verdad cuando las encontraba desde la ciencia. Ahora que las encuentro desde lo emocional, desde lo literario, me doy cuenta de que las palabras se me desdoblan y se me deshacen”.

Latinoamérica también se cuenta en clave de ciencia ficción

La popularidad de ciertas franquicias del cine hollywoodense nos acostumbró a concebir la ciencia ficción como un género donde solo pueden existir cyborgs, mujeres biónicas y humanos capaces de ejecutar contorsiones imposibles. Por fortuna, la literatura ofrece más posibilidades.

Todos los fines del mundo, libro de Andrea Chapela
Portada de ‘Todos los fines del mundo’, de Andrea Chapela. (Random House)

Aunque Todos los fines del mundo está parcialmente ambientada en un futuro catastrófico, no es esta condición el centro de su conflicto. “La ciencia ficción es muy permeable, está en constante evolución y le caben muchísimas cosas”, apunta Chapela.

No obstante, practicar este género desde América Latina implica un desafío particular. El futuro es importado. Chapela sostiene que a esta región nunca se le ha concedido el derecho de imaginar el porvenir. Nos llega tarde y filtrado. Por eso, atreverse a imaginarlo desde este lado del mundo es una forma de la resistencia.

Chapela apunta que la ciencia ficción latinoamericana tiene dos rasgos distintivos. Primero, una relación escéptica con la tecnología. Segundo, la centralidad de los vínculos y la resiliencia. “Para mí la ciencia ficción también puede ser eso: un lugar para pensar, para reflexionar sobre el presente”, añade.

En Todos los fines del mundo, no es el ingenio para acceder a la tecnología lo que sostiene a los personajes, sino su capacidad de crear vínculos y de compartir instantes. Por esta razón, podríamos inscribir esta novela en el hopepunk. Se trata de un subgénero que no niega lo terrible, pero insiste en que, incluso en los peores escenarios, hay esperanza. En este libro, esa esperanza reside en que, ante el desastre, los personajes cuidan de los otros: cocinan juntos, leen, celebran ritos y se preguntan cómo nombrar lo que sienten.

Plantear una historia en medio de la crisis climática impone un reto adicional. Su magnitud es abrumadora, acaso demasiado abstracta para las herramientas de la narrativa tradicional, siempre atada a personajes específicos y a conflictos tangibles.

“No estoy satisfecha con las respuestas a la pregunta de cómo se escribe sobre la crisis climática. Me parece que formalmente nos pone en muchos líos. Este libro es mi primer acercamiento a eso, pero no dudo que habrá más”, admite Chapela, quien estudió química en la UNAM e hizo dos maestrías, una en escritura creativa y otra en estudios de Asia y África.

El éxito de su libro previo, Ansibles, perfiladores y otras máquinas de ingenio (Almadía, 2020) —una colección de relatos que gozó de gran recepción, ganó el Premio Nacional de Literatura Gilberto Owen y fue traducido al inglés— le presentó a Andrea una forma inédita de la ansiedad. Como sabemos quienes la hemos experimentado, casi siempre se verbaliza en forma de preguntas. “¿Tiene mi literatura cabida en este mundo saturado de publicaciones? ¿Tiene un lugar al cual pertenecer? ¿Sabré qué escribir después? ¿Cómo seguir siendo honesta con lo que tengo que decir?”.

En el siglo de la comunicación inmediata, el silencio es un remanso codiciado.

Hay una frase en Todos los fines del mundo que condensa esta sensación. Angélica dice: “Cuánto de engaño y miedo a exponerme había en mi elección de vocabulario”. Es una frase sobre el artificio literario, pero también sobre la vulnerabilidad y sobre el arrojo que acompaña a una duda enunciada en voz alta.

“El problema de las personas que escribimos es que tenemos mucha confianza en nuestras habilidades con el lenguaje”, dice Chapela. “Creemos que dominamos nuestras palabras, pero a menudo no se trata de carecer de la expresión adecuada, sino de no atrevernos a pronunciarlas. O tal vez las poseemos, pero no son exactamente las que deseamos y, por ende, no las articulamos. Y aunque logremos pronunciarlas, en ocasiones nadie las escucha. Por ello, la experiencia emocional que se vive en esta novela guarda una profunda conexión con la mía. Las interrogantes que me planteo sobre las palabras son las mismas que se formula Angélica”.

¿Qué es la escritura sino la persistente observación, el acto de fijar la mirada hasta que la realidad adquiere una forma determinada? Como en la física cuántica, nada existe sin ese ojo determinante. Así se escribe la mejor literatura, en ese instante en que el mundo toma cuerpo bajo la inspección del ojo que lo observa.

AQ / MCB

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Ángel Soto
  • Ángel Soto
  • Periodista cultural y escritor. Sus textos, fotografías y poemas han aparecido en la Revista de la Universidad de México, Langosta Literaria, Punto de partida, Algarabía Niños, Picnic y Yaconic. Es creador del podcast y newsletter "Tinta y voz".
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Laberinto es una marca de Milenio. Todos los derechos reservados.  Más notas en: https://www.milenio.com/cultura/laberinto
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