Hay muchas maneras de leer a Sara Sefchovich: como la escritora de personajes femeninos liberados, empoderados, que se salvan a sí mismas; como la socióloga que analiza la realidad y la política desde el género lo mismo en textos de ficción que de no ficción; como la provocadora que consigue molestar hasta a sus compañeras y amigas feministas.
Hace cuatro décadas, Sefchovich era parte de la segunda ola del movimiento feminista; mujeres educadas de clase media que se reunían en grupos conocidos como de autoconciencia a debatir sobre el machismo en la familia, en la escuela, en la política, sobre el lugar -de opresión- que les habían dejado a las mujeres y lo que harían para cambiarlo. Mientras el grupo hablaba de romper las cadenas y los roles preconcebidos de las mujeres, Sara tejía y declaraba su amor por la maternidad. Sus compañeras le armaron un juicio: no estaba abonando a la causa feminista. Si el feminismo entonces era rebeldía en sí mismo, la de Sara era una doble rebeldía.
En 1990 cuando publicó su primera novela Demasiado Amor, en la que su personaja –palabra acuñada por Sara– se libera a través del sexo, una parte de la crítica mayoritariamente masculina la llamó literatura de bajas calorías, light, barata. En otras palabras literatura para el mercado. Poco antes habían aparecido novelas de escritoras como Laura Esquivel y Ángeles Mastretta que algunos catalogaron de feministas y otros de "literatura de mujeres para mujeres".
Pero con los lectores el éxito de ese grupo de autoras fue enorme. Sara, la doctora académica de la UNAM, había publicado un libro que se vendía en los aeropuertos como pan caliente. A la distancia, Sara cree que ella y aquel grupo de escritoras latinoamericanas que se volvió una especie de movimiento literario estaban rompiendo patrones y eso no les gustó a muchos. "Si toda la vida ese ha sido un coto cerrado de ciertos grupos, el argumento era 'ese es mi campo ¿por qué vienes y te metes aquí? Además, ¿a mí de qué me sirve que te lean cinco mil personas? no tienen nivel para leerte´ Aquí hubo envidia del éxito -dice-. No tuvo que ver con buena o mala literatura porque si hubiera habido un análisis serio y bien hecho, lo acepto por más crítico y terrible que pueda ser, pero no es una casualidad que todas las que vendían terminaron siendo calificadas así, y a todas las que no vendían sí las tomaran en cuenta".
Después de Demasiado Amor vinieron otras dos novelas, siempre feministas, un libro sobre primeras damas que es uno de los pocos documentos que existen sobre esa figura, y varios de ensayo con títulos incitadores como ¿Son mejores las mujeres? y el año pasado Atrévete, en el que les habla de frente a las madres de los delincuentes y las invita a ser las agentes de cambio dentro de la familia. Otra vez, Sara molestó a algunas feministas por poner a la mujer como madre y "perpetuar roles de género".
Su último libro, El Cielo Completo, es un recorrido por la escritura de las mujeres, por la literatura de las escritoras más significativas desde el siglo XVIII hasta hoy, su catálogo de lectura de cuatro décadas. "Quería cerrar, darle una conclusión, una mirada histórica general (a este tema)", dice.
A lo largo del libro Sara se hace cuatro preguntas ¿de qué escriben las mujeres? ¿cómo escriben? ¿para qué escriben? y ¿cómo se lee a las mujeres?
Antes, las mujeres escribían para vomitar su frustración, dice, su hartazgo por estar encerradas en una función, en una jaula, para poder imaginar el erotismo y que la vida, su vida, podría ser otra cosa. Pero eso se acabó. "Yo creo que es un tema absolutamente histórico y social. Yo no estoy de acuerdo con la explicación feminista que dice que el lenguaje es de los hombres y no les alcanza, o que nuestra forma de pensar y procesar-conceptuar es distinta. Yo en eso no estoy de acuerdo", dice.
Quizá por eso el éxito de Demasiado Amor, porque ya para cuando se publicó el país cambiaba y las mujeres ya no querían leer la historia de la mujer plañidera. "Las mujeres de clase media ya iban a la escuela, tenían educación, trabajaban, tenían una relación más igualitaria con sus maridos", dice.
¿Cómo escriben las mujeres? Antes escribían de formas sencillas, historias lineales. "Cuando empezaron a escribir eso es lo que podían hacer y eso es lo que nos está pasando ahora con mujeres en países de África, donde empiezan a tener eso". Ahora hay obras de todas las complejidades posibles. En unas cuantas décadas, la escritura de las mujeres cambió radicalmente.
Y a la hora de responder a cómo se lee a las mujeres, Sara dice que hasta mediados del siglo pasado había desprecio, cuando no castigo hacia las mujeres de letras, desde Sor Juana hasta Rosario Castellanos. "Hasta José Emilio Pacheco se rompió las vestiduras unos años antes de morir y dijo 'qué mal leímos a Rosario'. Era el desprecio y el castigo. Después empieza la burla, eso ya me tocó a mí, acusarnos de ser literatura barata. Y ahora estamos exactamente en el proceso contrario".
Y otra vez, Sara provocadora, va al ruedo. "Estamos en el sexismo invertido, en el 'no vaya a meter la pata y no vaya a ser yo cultural y políticamente incorrecto si hablo mal de las mujeres', y entonces, cualquier cosa que perpetre a la mujer la consideran grandiosa y dicen es la escritora del siglo". Sara no teme ser políticamente incorrecta, habla de la arrogancia de algunas escritoras jóvenes que "no tienen lectores, pero tienen críticos que dicen que son maravillosas por el hecho de ser mujer y ser jóvenes y a lo mejor ahí va a salir algo muy bueno después, ya lo veremos".
"El año pasado una editorial mexicana decidió que su novela del año sería la de una chica joven que era su primera novela. No sé cómo le ha ido, pero te la metieron hasta por debajo de las piedras. Lo que te ofrecía era una historia que ya se ha contado cinco mil veces, tal vez a los lectores les gusta esa reiteración. (Hay) una chica (otra) que hizo una biografía por encargo, pero hablan de ella como la escritora del futuro".
Y ese halago sin reparo a cualquier obra de una mujer, dice, puede ser tan grave y tan peligroso para las mujeres como para la literatura.
Pero a final de cuentas, a Sara la gran solidaria de su género le gusta lo que ha pasado en las últimas décadas con la literatura de mujeres, le gusta que ya no haya límites ni temas de mujeres, le gusta que "florezcan mil flores".
Aunque sí, le gusta más lo que sucede en otros países: "la literatura mexicana es muy mala, hombres y mujeres, perros y gatos (..). En mis país las chicas jóvenes no me producen nada de lo que yo esperaba de la literatura. Yo encuentro que en el ensayo y en la crónica es donde está pasando lo mejor en México y América Latina. Acabo de dar un curso en Estados Unidos que se llama "Novela no, ensayo sí", para que veas el nivel al que he llegado".
Sara, la novelista que ya no lee –ni escribe– novelas, vuelve a provocar.