El escritor franco-libanés Amin Maalouf, Premio FIL de Literatura en Lenguas Romances 2025, charló con MILENO, y expuso la raíz personal de su literatura, marcada por el exilio y la complicidad de la historia para entender el presente.
Maalouf defiende el papel de la literatura como el único recurso capaz de introducir serenidad ante la lógica de conflicto que domina el escenario político global.
León el Africano
¿Qué motivó su interés por el personaje de León el Africano, al punto de dedicarle una novela?
Hubo una identificación. No quería hablar de mí mismo, así que a partir de él conté la herencia que viví. Él nació en un país en guerra como yo, tuvo que partir de su país y escribió también en otra lengua. Eso me llevó a identificarme con él y a contarme de otra manera.
Usted ha dicho que León el Africano trata sobre el viaje y el exilio. ¿Puede comentar más sobre esto?
Vengo de un país que está destinado a ser un punto de partida. El Líbano es una tierra estrecha, montaña al borde de la mar. La montaña preserva la identidad, pero el mar es una invitación al comienzo. En mi pueblo, estamos a 1200 metros de altitud y vemos el mar. Tenemos la impresión de que el mar es una ruta que se abre. En todas las generaciones, hay personas que deciden irse. Hay una cultura de inicio en todas las familias. Se cuenta la historia de los que fueron a México, a Cuba, a Estados Unidos, a África, a Australia.
¿Usted planeó su exilio?
No quería irme. Durante mi juventud, quería viajar, pero no pensaba que podía vivir en otro país. Luego hubo la guerra. Entendí que hay momentos en los que uno se tiene que ir. Me fui. He vivido cincuenta años lejos de mi tierra natal.
¿Por qué León el Africano, publicada en 1986, supuso un punto de inflexión en su vocación literaria?
Tuve una forma de revelación mientras escribía. En un momento preciso, al principio del libro, tuve el sentimiento de que quería dedicar todo el resto de mi vida a la literatura. Antes me interesaba la literatura, quería escribir, pero no pensaba que sería toda mi vida. Llegó ese sentimiento. Dejé el trabajo que había hecho y me metí por completo en la escritura.
¿Qué interés tiene la historia en su narrativa?
Tengo una disposición de espíritu que me impide entender un hecho si no lo sitúo en la historia. Si alguien me habla de un descubrimiento científico, necesito saber cómo evolucionamos para llegar a este. Para comprender una situación, no puedo solo contentarme con lo que está frente a mí. Necesito remontarme para ver la evolución que ha dado. Observo en mí esta disposición mental hacia lo histórico en todos los ámbitos. Necesito la cronología de los eventos para comprenderlos.
El deber de la literatura
Usted ha dicho que el mundo retrocede, pero la literatura ayuda a evolucionar, mostrando la complejidad del destino común. ¿Cómo se construye esa literatura?
La literatura necesita decir que no sobreviviremos si seguimos teniendo este tipo de relaciones. Necesitamos un mínimo de solidaridad. Necesitamos considerar que hay valores comunes, que hay una humanidad, incluso si está dividida en diferentes culturas y pueblos. Es una sola humanidad. Ese es el fundamento y la razón de la cultura. El deber de la literatura sería comprender el mundo, no dejarse desanimar por su complejidad. Se nos anima a ser egoístas, a encerrarnos en nosotros mismos, pero lo que la literatura puede hacer es mostrar que, para sobrevivir, no podemos seguir así. Hay que fomentar la solidaridad. Las potencias y los dirigentes van hacia el conflicto y la dominación. La literatura puede introducir un elemento importantísimo: la serenidad. El libro nos lleva a esa serenidad necesaria.
¿Qué personaje histórico le resulta fascinante y le gustaría abordar en una obra?
Siempre encuentro figuras históricas que me fascinan. Una que podría mencionar es Attila, que tiene una imagen distinta según la civilización que lo narra. La mayoría lo considera un monstruo, pero en Hungría es el padre de la nación. No sé si algún día escribiré algo sobre él, pero es un personaje que me fascina. Una de las historias relacionadas con Attila, por la ambigüedad del personaje, es que siempre tenemos la imagen del Papa que salió para expulsar a Attila. Lo que no se dice es que Attila y el Papa se conocían muy bien, se conocieron personalmente. También el jefe romano que combatió a Attila era un amigo suyo. Se llamaba Aetius y fue un buen amigo de Attila durante su infancia. Si tengo el tiempo, tendré ganas de profundizar en la historia de este personaje.
hc