La melancolía es cosa de seres inspirados y motor de actos heroicos y temerarios, dice Aristóteles. Es dolencia de espíritus superiores, contristados por una pérdida innombrable. Pero esos espíritus escasean. Abundan, en cambio, las almas como la de uno, proclives a otra dolencia, que imita a la melancolía, pero carece de inspiración o arrojo. Es el tedio. Tedio vital, o tedio de la vida (en latín, tedium vitae) en que Tomás de Aquino veía el pecado de “entristecerse por el regalo recibido”: la vida y el mundo. Si la melancolía es un tejido de tristeza y anhelo, el tedio es aburrimiento cuajado. Según santo Tomás, la cura para el tedio consiste en ponerse a hacer algo productivo, porque el resultado nos vincula con los demás y da sentido a nuestros oficios.
El tedio no es filosófico, ni creativo, ni interesante. Es un monstruo obeso que devora distracciones y diversión. Y es cosa moderna la de aburrirse haciendo cosas. La producción artesanal casi siempre es grupal y convierte la labor repetitiva y manual en un recurso de conversaciones o rituales. La producción industrial, en cambio, inventó un hastío sin remedio. El antiguo tedio se volvió monstruoso: primero, Marx creyó ver un fantasma que recorría Europa, en el Manifiesto del Partido Comunista (1848), y que su mueca era una ira justa y, sus amenazas, la promesa entusiasta del comunismo: darle sentido a las vidas desperdiciadas de quienes resultan más baratos que un motor.
Unos pocos años después, Charles Baudelaire, en su prólogo “Al lector” de Las flores del mal (1855), descubre la verdadera identidad del fantasma: es “un monstruo más ruin, lóbrego e inmundo” que los chacales, las serpientes y escorpiones; un monstruo que reduciría la Tierra a escombros y, “en medio de un bostezo, se comería al mundo: ¡Es el Tedio!”
Para alimentar ese monstruo hemos inventado la industria del entretenimiento y la economía de la diversión. No tienen nada de malo, en sí mismas. Se vuelven atroces con la suposición de que en ellas hay felicidad o sentido de vida y depositamos el salario del diablo en el vientre del monstruo.
También cambió la relación imaginaria con la producción. No es lo mismo producir algo con manos y herramientas, que servir como recurso para que algo se produzca, dentro de un sistema. La herramienta es una forma de ejercer nuestra propia fuerza multiplicada, pero, en un sistema, uno no es sino una parte, un recurso. Muchas empresas están dejando de hablar de “Recursos humanos”, para referirse al trabajo asalariado como “Factor humano”, aunque no es sino cambiarle el nombre al mismo diablo. Según Gallup, el trabajo asalariado es “una fuente de frustración para casi 90 por ciento de los trabajadores del mundo” (véase, en forbes.com.mx: “México, el país con mayor insatisfacción laboral de Latam”). Marx se equivocó: no era un fantasma. Lo supo Baudelaire. Aún así, insistimos conque el diablo está en el desempleo y el remedio es la creación de más empleos. Desde 1855, el mundo —eso que puede reducirse a escombros— debió entender que las formas de producción en pequeño, los pequeños empresarios y las cooperativas, no solo son opciones más productivas sino mucho más humanas.