Llegar al estudio de Ismael Vargas es encontrarse entre objetos que construyen al pintor, lector y hombre complejo que es. Al entrar, lo primero que se percibe es el techo alto con paneles que dejan pasar la luz, una de mañana temprana, la predilecta para su oficio–, una mesa ordenada donde trabaja, algunos óleos en las paredes y varias esculturas. Al fondo está una especie de salón con el librero y sobre la mesa se puede apreciar Muerte súbita de Álvaro Enrigue, el libro que lee en estos momentos. “No tengo una secuencia. Leo por lo que me gusta y cuando estoy leyendo casi todos mencionan a alguien. Lo apunto y compro ese libro que mencionaron y así me voy y así me he ido, quien me los recomienda es el escritor que leí la vez pasada”, comenta en la entrevista con MILENIO JALISCO.
No es académico, dice, es ecléctico. Se define entre bromas como neobarroco tropical, por la forma en que ha logrado construir un abstracto al conglomerar varios objetos individuales que pierden sus rasgos al verse de lejos y “porque soy de aquí”, pero si fuera una sola palabra, sería ecléctico. Al ver alrededor, se puede ver en su estudio diferentes objetos, como un resto fósil, un coco o jarrones, piezas que toman un lugar aparentemente pasivo, pero que se mantienen presentes, a la espera de que le hablen para convertirse en una pieza. “Estoy esperando que ellos me digan, porque tienen voz propia y son los que te dicen ‘ponme, quítame, hazme’ y tú tienes que obedecer”. Así se formaron varias piezas de la muestra Redimiendo el vacío, mediante la unión de objetos que permanecieron con él muchos años y que al final, juntos, formaron una escultura.
“Neorreliquias” contiene objetos cotidianos momificados, por ejemplo, y es uno de los cuatro núcleos temáticos que encontró en la obra de Vargas Ricardo Duarte, curador de esta exposición que se inaugura hoy por la noche en el Museo de las Artes de la Universidad de Guadalajara (MUSA).
El vacío, usualmente con connotaciones negativas, aquí toma una personalidad diferente: “Los ojos, a la hora de acostumbrarse a la oscuridad o al plano blanco, empiezan a salir cosas. Maravilloso. Ese es el gran hallazgo de Malévich, nos enseñó que el vacío no está vacío o lo oscuro no es”, comentó debido a su afinidad con el ruso, autor de “Blanco sobre fondo blanco”.
“Soy sumamente aburrido”, dice Vargas en su estilo juguetón y ríe, aunque cuando lo hace siempre desvía la mirada hacia abajo, pero nada más lejos de su autopercepción. “Hay que tener interés, que te interesen las cosas. Abre tus intereses hacia todas las cosas, hacia una hormiga o una estrella, lo que tú quieras, y amplía tu horizonte”, comenta. Así, en una misma conversación puede salir a relucir su gusto por el tenis, que lo relaciona con Caravaggio, la literatura o su interés por hacer cine.
“Sólo expuse cuando niño y nunca más volví a exponer, porque no me gusta”, y recalca que la muestra no se trata de una retrospectiva antológica ni homenaje, sino la obra total que ha producido durante cinco décadas, una obra que fluye como esos cuadros donde los motivos se repiten hasta no destacar ninguno, “una obra que en su conjunto es una misma y transita por distintos momentos y una diversidad muy amplia de técnicas y de soportes”, como la describe el curador.
A Vargas no le preocupa el paso del tiempo, sino la cotidianidad. Y aunque no tiene gusto por exponer, tiene presente que una obra de arte, llámese libro, pintura o música, existe realmente sólo cuando un espectador o escucha accede a ella. Y aunque no piensa en el mensaje que cada pieza puede transmitir, tiene un mensaje universal desde que inició en la pintura: “Lo único que quiero es lograr una especie de mantra de un sonido ancestral, como el de tu madre cuando tú estás en el vientre y lo primero que oyes es el corazón. Y yo también creo, y quiero y deseo hacer, que los cuadros dejan un sonido que se comunica con el corazón del espectador”. Un sonido que llega y conmueve, como lo hacen las mejores obras de arte, como la “Gioconda”. “Te doy una noticia increíble: a pesar de los miles de japoneses, que afortunadamente son más enanos que nosotros y alcanzamos a verla sin que nos tapen, y los siete vidrios que la protegen: no vas a creer, te conmueve”, comenta maravillado, como alguien que ya ha sido tocado por ella.
De acuerdo con Ricardo Duarte, curador de la muestra, la lectura es una parte fundamental de su vida y esa influencia parece ser recíproca. Sobre él y su obra han escrito autores como Carlos Fuentes, Elena Poniatowska y Alberto Ruy Sánchez. En la exposición, se recuperan fragmentos de tres textos: de Élmer Mendoza, Eduardo Antonio Parra –uno de los cuentistas preferidos de Vargas– y Elsa Cross. “La idea es que fluya la obra de la mano de los textos y lleven al espectador a hacer un acercamiento desde su propia experiencia” dijo Duarte respecto de esta muestra de uno de los pintores representativos de El Mural del Milenio. Los otros núcleos temáticos, además de “Neorreliquias”, son “Identidad”, “Ritual” y “Paraíso”, el cual no se refiere tanto al paraíso prediseñado, sino uno que Vargas, mediante su arte, ha hecho a su medida. Esta exposición es un acontecimiento en sí, ya que hace 50 años que no exponía. La exposición Redimiendo el vacío está en el MUSA de la UdeG. Juárez 975. Mayor información en www.musa.udg.mx.