Cultura

Del bandolero a la autarquía

SEMÁFORO

Sigue el ruido que ensalza al Chapo Guzmán y lo trepa a los altares del resentimiento: Malverde, Chucho el Roto, la estirpe de Robin Hood. "Al desafiar a los que tienen o reivindican el poder, la ley y el control de los recursos, el bandolerismo desafía simultáneamente al orden económico, social y político", dice Eric Hobsbawm (Bandidos. Crítica). O, en versión de corrido: "El valor te da poder/ El poder te da dinero/ El dinero da placer/ Y así es en el mundo entero:/ la mafia viola la ley/ y la ley tiembla de miedo" ("Gente de alto poder", el Tigrillo Palma).

El orden legal tiene dos patas: una, la ley misma, la norma, el derecho; otra, la verosimilitud de su vigencia y aplicación. La primera pata es teórica; la segunda, práctica. Y el Estado —cualquier estado— cojea. Siempre tiene una pata mala, cuando no las dos, y la gran bestia camina chueco, como la enorme estatua soñada por Nabucodonosor: "La cabeza de la estatua era de oro puro, su pecho y sus brazos de plata, su vientre y sus lomos de bronce, sus piernas de hierro, sus pies, parte de hierro y parte de arcilla". Cuenta el Libro de Daniel que una piedra golpeó a la estatua en los pies y toda se vino abajo y se pulverizó.

La claudicación estatal no es cifra mexicana sino parte de la herencia jurídica de la civilización de habla española, desde que Felipe II hizo cerrar todos los tribunales de derecho consuetudinario y los sustituyó por tribunales estatales, burocráticos, leguleyos y, por supuesto, corruptos. Desde entonces se supone que la ley es buena, pero que la echan a perder los gobernantes y autoridades, que lo corrompen todo. Se comete repetidamente el error de suponer que la ley es buena y sus operarios, malos. Solo la segunda parte de la ecuación es correcta.

Históricamente, hemos visto tres instancias que pueden reparar una justicia rota: el rey o el mandón mayor del caso (presidente, comandante), como en El alcalde de Zalamea (en las dos versiones: Lope y Calderón), o en El mejor alcalde, el Rey. La mecánica es simple: el mandón toma las riendas y repara la causa del enojo social. La segunda es el pueblo (con toda su ambigüedad), que se violenta contra la autoridad corrupta y pone orden. Es Fuenteovejuna, pero es también, por ejemplo, el grito de independencia de Hidalgo: "Muera el mal gobierno" y "Viva Fernando VII". El pueblo que vuelve a erigir mandón. La tercera instancia de reparación justiciera es el bandido, que hace el bien a los buenos y el mal a los malos —por si supiéramos distinguir.

Pero el siglo XXI ha aportado una posibilidad nueva; un cuarto agente. Cuando la sociedad deja atrás su masificación —que va de pueblo a gleba— también deja de actuar como turba vengadora (con toda su catarsis) o como tapadera cómplice del bandido y puede entonces llevar a cabo hazañas sin violencia. Lo vimos en Islandia ("Iceland Had a Revolution and No One Noticed" en YouTube) y supusimos que era cosa de la más alta civilización del Primer Mundo. Pero luego sucedió en Cherán (en YouTube abundan los testimonios), en el corazón de un Estado fallido: la autarquía es posible y no se necesitan estatuas con pies de arcilla ni bandidos que las tropiecen.

Google news logo
Síguenos en
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MILENIO DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MILENIO DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.