Cultura

Crónica de un silencio

Los colapsos o desgarramientos sociales, las crisis profundas, las fracturas civilizatorias no suelen encontrar respuestas rápidas en la novela bien hecha, particularmente en eso que llamamos hoy novela de ficción.

Los colapsos o desgarramientos sociales, las crisis profundas, las fracturas civilizatorias no suelen encontrar respuestas rápidas en la novela bien hecha, particularmente en eso que llamamos hoy novela de ficción. No las encontraron la Revolución bolchevique o el estalinismo, que ofrecieron memorias, novelas autobiográficas y hasta cuentos periodísticos, caso de Caballería roja de Isaak Bábel; ni la Revolución mexicana, sólidamente asentada en la no ficción; ni el 68, que nos trajo a Luis González de Alba, narrador memorialístico, y a Elena Poniatowska, cronista (Luis Spota juega en otra liga), ni la Revolución cubana (Cabrera Infante, Reinaldo Arenas), ni el Holocausto (Primo Levi), ni la revolución cultural de Mao...

Así que Patria o muerte, la obra con que Alberto Barrera Tyszka (Caracas, 1960) ganó el último premio Tusquets, es inusual desde sus fundamentos mismos: se trata de una novela ficcionalizada que relata el crepúsculo de un modelo social, el chavismo, y cuando digo crepúsculo hablo en un sentido casi literal.

Y es que la historia transcurre en los días largos y oscuros de la agonía de Hugo Chávez, comido por el cáncer, eso es un hecho, pero probablemente también por la paleolítica, disfuncionalmente entusiasta medicina cubana. Digo probablemente, y es que tal vez nunca lo sepamos de cierto. Patria o muerte es una novela paradójica: narra varias historias paralelas, historias de "ciudadanos de a pie", venezolanos del común que luchan por sobrevivir a un mundo vuelto patas arriba, empobrecido, violento, que es el mundo del modelo bolivariano, y es notable por la variedad de voces que la componen, recreadas brillantemente, con gracia y naturalidad. Pero es una novela que, paradójicamente, narra el silencio. ¿Qué silencio? El que dejan las voces mesiánicas –de mesías de opereta, pero mesías al fin–, retumbantes, continuas, todoabarcantes, cuando la vida las apaga.

Las voces del caudillo, del dictador o candidato a dictador, ese que apuesta a serlo todo y cuando nos deja lo que deja es un hueco infinito y un nudo de misterios, porque los mandamases, de Stalin a Fidel a Chávez, a la hora de quebrarse callan y mandan callar, para no desnudar su cruda humanidad, la evidencia de que también se les joden las células.

El reto que se plantea Barrera es, entonces, mayor: contener un mundo en doscientas y pico páginas. Lo consigue de sobra, con una estrategia que le conocíamos a sujetos como el Carlos Fuentes de La región más transparente, el Cabrera Infante de Tres tristes tigres o el John Dos Passos de Manhattan Transfer: hacer de una ciudad, una geografía, un personaje que habla desde la colectividad, coralmente. Venezuela tiene ya su novela, ya es personaje.

Una novela dura. A Barrera Tyszka no se la da el melodramatismo, así que no debemos esperar grandes arrebatos ni parrafadas melancólicas, pero no hay que engañarse: tenemos enfrente una obra triste, implacable incluso, tejida con historias que a veces merodean la farsa, porque humor y ácido hay en buenas dosis, pero nunca felices. Una novela excepcional, esta crónica de un silensio.

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Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MILENIO DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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