Mucho se ha especulado sobre el futuro del Taller Coreográfico de la UNAM a seis meses del fallecimiento de Gloria Contreras. Hemos de estar atentos al complejo debate sobre el ser y deber ser de un proyecto como éste, pues no se reduce a temas administrativos.
Va una crónica de la función del 6 de mayo pasado pues ilustra un acontecimiento especial, pero que para los fines del arte y del TCUNAM es relevante. Una conjunción de casualidades permitió programar la visita de Blanca Nava y Carmen Cruz, madres de dos de los 43 normalistas desaparecidos en Iguala, a la función que la compañía dedica anualmente a las madres, cuyo programa contempla Danza para mujeres, obra creada para homenajear a las mujeres que han decidido la maternidad.
La compañía recibió a ambas madres con expectación y respeto. En el íntimo instante previo a la entrada del público, los bailarines concedieron ese tiempo para escuchar en voz de sus dos invitadas la experiencia de buscar con todo en contra a un hijo desaparecido. Ellas fueron breves, ellos no tuvieron más que fundirse en un abrazo colectivo y enlazar sus propios pasos con los de ellas.
El público entró y la tercera llamada llegó. La función inició con Sinfonía, obra que resalta el carácter femenino, fuerte y resistente, sobre una partitura de Stravinsky en la que las bailarinas logran la contundencia en los movimientos que tanto exigía Contreras durante sus ensayos. Las puntas clavadas en el piso casi de modo marcial recrean un tipo de marcha incansable en el que ambas madres se reconocieron. “¿No se cansan?”, preguntó una de ellas. “Sí, pero como ustedes, aguantan”. Entonces sonrió y continuó mirando aquella composición de cuerpos femeninos frágiles pero poderosamente fuertes.
El clímax del programa llegó al anunciarse Danza para mujeres. Antes de ello, las dos madres subieron al escenario y, cobijadas por la compañía en pleno, dirigieron su palabra y exigencia al público que llenaba el teatro y que cálidamente escuchó su voz. Rodaron algunas lágrimas arriba y abajo del escenario, los aplausos no se hicieron esperar ni escatimaron en duración. El telón bajó, las bailarinas se alistaron mientras se escuchaba un espontáneo conteo del 1 al 43.
Entonces fuimos testigos de una de las interpretaciones más sentidas de esta elegía dedicada a las madres que hoy recibía especialmente a quienes, en representación de 43, visitaban al TCUNAM.
Cuando Gloria Contreras montó esta obra separó a cada una de las bailarinas en un cuarto y les pidió imaginar la pérdida de la persona que más amaran. Esta vez las bailarinas no tuvieron que imaginar nada: escucharon y abrazaron la voz viva que se los contó. Con ello llenaron su propia danza y abrazaron, como solo el arte puede hacerlo, a las madres sentadas frente a ellas.
“Bailar es pagar nuestra cuota a la vida, es llenar con nuestro yo el yo del otro”, decía Contreras sobre la danza; y aun en ausencia, nos regaló otra lección.