Entre sacrificio, disciplina y amor por el arte, el ballet se convierte en un estilo de vida. En Monterrey, maestros, directores y bailarines trabajan día a día para mantener viva una de las disciplinas más exigentes y apasionantes de la danza.
Dos generaciones comparten el mismo escenario, unidas por la misma pasión: contar historias con el cuerpo.
Para Marco Antonio Cantú, bailarín solista del Ballet de Monterrey, todo comenzó con una función de El Lago de los Cisnes. Tenía ocho años cuando vio por primera vez un ballet, sin imaginar que esa presentación cambiaría su vida.
“Fue la primera vez que tuvimos un acercamiento con el teatro, con un ballet; y al terminar esta función se me hace una invitación por parte de la que ahora es la presidenta de la compañía, y me invita a participar a El Cascanueces del 2005 como niño de la fiesta”, platicó
A los pocos meses era el único niño varón en la compañía. Con el apoyo de su madre continuó su formación hasta llegar a la Escuela Nacional de Ballet de Cuba, donde perfeccionó su técnica y descubrió la entrega que exige esta profesión.
“Tu cuerpo se tiene que entregar, no puedes tener excesos, no puedes tener una vida normal. Mi cuerpo es mi herramienta de trabajo”, comparte.
Tras años de esfuerzo, hoy es bailarín solista del Ballet de Monterrey y recuerda con emoción su papel principal en Giselle, un sueño cumplido.
Pero la pasión por la danza también florece en las nuevas generaciones.
Galia Elizondo, estudiante de 18 años en el Ballet de Monterrey, lo tuvo claro desde niña: el ballet sería su camino.
“A mí me encantaba que el público me aplaudiera, me gustaba cómo se sentía. Desde chiquita decía: yo quiero hacer esto, es mi profesión”, recuerda.
Su historia no ha estado exenta de obstáculos. Una lesión la mantuvo inactiva durante casi cuatro meses, pero su pasión por el arte la impulsó a recuperarse.
Un año después obtuvo el segundo lugar en una competencia nacional en Bellas Artes.
“Dios me está permitiendo bailar otra vez, mover mi cuerpo... No sabes la imponencia de este teatro”, cuenta emocionada.
Para Galia el ballet representa pasión.
“Si no lo amas lo suficiente, si no lo quieres con todo tu corazón, no vas a llegar”.
Esa misma pasión es la que maestros como Rosario Murillo, con más de 30 años de trayectoria en la Escuela Superior de Música y Danza de Monterrey, buscan sembrar en sus alumnos.
“La danza es un acto de paciencia, entrega y voluntad. Trato siempre de incentivarlos, de mantener viva esa pasión”, comparte.
Antes de cada función, Rosario les recuerda que bailar también es un acto de servicio.
“La labor de un bailarín es servir al público, darle algo a cambio”.
Esa conexión es también la que impulsa al director artístico del Ballet de Monterrey, Yosvani Ramos, quien lidera a 64 bailarines y a todo el equipo artístico y de producción.
“Es lindo ver el fruto del trabajo tan arduo que todos hacemos. Me enorgullece verlos brillar”, dice.
Uno de los retos, explica, es continuar atrayendo nuevas audiencias.
“Queremos que el ballet siga siendo relevante, no solo para el público de siempre, sino también para las nuevas generaciones”.
Y para quienes aún no han presenciado una función, Ramos extiende una invitación.
“Dale una oportunidad, te vas a sorprender. No tienes que ser un gran conocedor para disfrutarlo”.
El ballet se construye con el esfuerzo de quienes lo guían y de quienes sueñan con volar sobre el escenario.
Es arte, entrega y sensibilidad. En cada giro y en cada salto, nos recuerda la fuerza y la delicadeza del alma.