En años recientes, como dicta la lógica de la vida, he visto desfilar hacia el Mictlán a varios de mis maestros fundamentales de la Facultad de Filosofía y Letras: Margarita Peña, Huberto Batis, Armando Partida y, el pasado 27 de octubre, Eugenia Revueltas. Amén del sentimiento de pérdida y orfandad, la razón me insta a reconocer el inmenso privilegio que fue aprenderles en clase y gozar de su amistad. También a mi generación le tocó todavía escuchar en auditorio abarrotado a Juan José Arreola, Sergio Fernández y Salvador Elizondo, entre otros grandes. Eugenia Revueltas fue mi maestra entre 1985 y 1989 en la licenciatura en Letras Hispánicas y, al tiempo de encajarle un disgusto por cambiarme a las aulas de teatro, ella impulsó con un comentario a vuelapluma mi vocación por la escritura dramática cuando yo me creía destinado a la narrativa. Por una tarea sobre las Memorias de Adriano que tuve a bien entregar en forma de “diálogo”, Eugenia me sentenció: “Usted tendría que escribir teatro”. Y la obedecí, para desgracia del arte escénico.
Recuerdo su andar corto pero decisivo por los pasillos de la Facultad, las sonrisas y buen humor con el que emprendía sus clases para hablarnos, por ejemplo, de un ensayo que escribía en ese momento sobre Los sueños de Francisco de Quevedo desde la hermenéutica psicoanalítica. Entre chanzas e ironía, su erudición nos desvelaba los vocablos y elementos ocultos y dobles sentidos quevedianos. También nos desnudaba verso a verso a sor Juana y nos provocaba para aprendernos sonetos como el de “Esta tarde mi bien, cuando te hablaba…” Y por supuesto, los chismes de entrecajas en los corrales de comedias madrileños en donde la mofa era el indiano Juan Ruiz de Alarcón a manos del propio Quevedo, Luis de Góngora y Lope de Vega, que le hacían la vida imposible. Pero de “Corcovilla” la doctora Revueltas nos descifraba puntualmente las coordenadas de su obra aparejadas con las relaciones de su tiempo.
Traspunte
El interés de la maestra
Mi maestra Revueltas desarrolló un interés por la semiótica teatral y por la dramaturgia contemporánea y, a la vuelta del tiempo, me invitó a un seminario de maestría en nuestra amada UNAM, ahora como objeto de estudio. Con ello descubrí que, aunque no nos frecuentáramos, seguía y leía mis entuertos. Adiós, amada Eugenia.