Viajar a Chiapas es abrir una puerta a un México profundo, donde las lenguas ancestrales, los bordados simbólicos y los rituales en la selva no son recuerdos del pasado, sino realidades que laten con fuerza en el presente. En esta tercera entrega de nuestra serie especial, nos propusimos ir más allá del paisaje y conectar con el alma del estado: sus pueblos originarios.
Lacandones: guardianes de la selva y de la cosmovisión maya
Nuestra primera parada fue Lacanjá Chansayab, en el corazón de la selva Lacandona, una de las regiones con mayor biodiversidad del país. Aquí habita el pueblo lacandón, considerado uno de los últimos grupos mayas que han logrado conservar su cultura casi intacta.
“En el corazón de la selva nos conocemos como ‘los hombres verdaderos’”, me dijo Mario Chambor, habitante de la comunidad. Con apenas 1,300 integrantes, los lacandones han construido una vida que gira en torno a la selva: un espacio sagrado que les da alimento, medicina y sentido espiritual.
Conocidos por vestir sus tradicionales túnicas blancas de algodón y traer el cabello largo, los lacandones practican una agricultura sustentable de bajo impacto ambiental, su alimentación está basada principalmente en los productos que ellos mismos cultivan, cazan y pescan.
Su idioma maya lacandón aún se habla, sus rituales se practican con fervor, y su compromiso con la conservación de la biodiversidad es un ejemplo de equilibrio con la naturaleza que muchas ciudades han perdido.

Zinacantán, “lugar de murciélagos”
Desde la humedad selvática nos trasladamos a los Altos de Chiapas, donde el aire es más frío y el silencio se rompe con el telar. En Zinacantán, comunidad tsotsil, las mujeres tejen con hilos su historia familiar y colectiva. Cada prenda cuenta algo, una flor puede hablar del amor, la fertilidad o la gratitud; cada color, de una ceremonia o del ciclo agrícola.
Es una comunidad autónoma que, al igual que San Juan Chamula, tiene sus propias leyes y reglamentos, y los hace cumplir sin necesidad de policía externa.
Los textiles tsotsiles no solo son arte, son una forma de resistencia cultural. Al comprarlos, uno no solo lleva una blusa o un rebozo, sino también una narrativa de identidad, fuerza y continuidad.

El maíz, centro de la vida
En San Cristóbal de las Casas conocí a Jesús Velazco, creador de la marca Alma Huixteca, quien nos contó acerca de la importancia que tiene para el estado el maíz: “Aquí seguimos cultivando cuatro tipos de maíz criollo: blanco, rojo, amarillo y negro. Para nosotros, representan los cuatro elementos de la naturaleza y los cuatro puntos cardinales”, me explicó.
En Chiapas, el maíz no es solo alimento, es símbolo, es origen. Cuidar sus semillas es cuidar la memoria de los abuelos, de las ceremonias, de los ciclos agrícolas que han dado sustento por generaciones.
Marimba: el latido musical de Chiapas
Y si hay un sonido que identifica a Chiapas, es el de la marimba. Este instrumento se convirtió en un ícono cultural. En muchos pueblos, aprender a tocar marimba es una herencia familiar que pasa de generación en generación.
Su vibración de madera pulida y baquetas ágiles acompaña desde misas hasta fiestas populares. La marimba chiapaneca es patrimonio musical vivo, con repertorios que van desde sones tradicionales hasta interpretaciones contemporáneas. Hay familias enteras que forman conjuntos que recorren las plazas con su música.
Fiesta Grande: identidad hecha celebración
Cada enero, Chiapa de Corzo, uno de los pueblos más emblemáticos del estado, se transforma para dar lugar a la Fiesta Grande, una de las tradiciones más vibrantes del país. Declarada Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad por la UNESCO, esta celebración mezcla lo religioso, lo festivo y lo simbólico en una serie de rituales que movilizan a toda la comunidad.
Los protagonistas son los Parachicos, danzantes con máscaras talladas en madera y trajes de colores que recorren las calles al ritmo de la marimba. Su danza honra a los santos patronos, pero también representa una ofrenda colectiva por la salud, la fertilidad y la gratitud.
La Fiesta Grande es un carnaval de raíces profundas: hay danzas, rezos, música, comida tradicional y un fuerte sentido de pertenencia. Lo más impresionante es cómo lo indígena, lo colonial y lo mestizo conviven en un mismo ritual. No es una recreación, es una tradición viva que se renueva cada año.
Los pueblos originarios de Chiapas no están anclados en el pasado. Al contrario, son el corazón palpitante de un presente diverso y profundo. En cada caminata por la selva, en cada bordado tzotzil, en cada semilla de maíz, en cada nota de marimba, encontramos una historia que no solo resiste, sino que florece y nos enseña a vivir con más sentido.
RRR