En Jalisco, como en la mayoría del país, el trabajo sexual no está penalizado; se clasifica como una falta administrativa. Sin embargo, cada municipio posee sus propias normas para regularlo, pese a que ninguna puede estar por encima de lo que establece la Constitución. En medio de ese marco, quienes ejercen este oficio continúan enfrentando violencias, precarización y un profundo abandono institucional.
De acuerdo con el Programa Conjunto de las Naciones Unidas sobre el VIH/Sida (ONUSIDA) y Brigada Callejera de Apoyo a la Mujer “Elisa Martínez”, se calcula que en México hay entre 260 mil y 300 mil personas que ejercen el trabajo sexual. En Jalisco, estas organizaciones estiman que existen entre 10 mil y 12 mil trabajadoras sexuales, concentradas principalmente en Guadalajara, Zapopan, Puerto Vallarta y Lagos de Moreno.
Para Ana Victoria Morales Barajas, responsable de la Unidad de Diversidad Sexual de la Defensoría de los Derechos Universitarios de la UdeG, el análisis del trabajo sexual exige comprender los distintos enfoques desde los que se estudia y debate. “Mira, ahí dentro de esta acción o de esta actividad, hay tres marcos, pues, normativos…”, explica, al describir la regularización, el abolicionismo y el prohibicionismo como tres grandes corrientes que ordenan la discusión y que ella misma ha estudiado desde perspectivas diversas durante su formación en género.
Viven trabajadoras sexuales sumergidas en la violencia
Desde su experiencia académica y de campo, reconoce que el fenómeno está atravesado por múltiples violencias, “viven discriminación, violencia, segregación, inclusive que no tienen acceso a la salud”. De acuerdo con el Consejo Estatal para la Prevención del VIH Jalisco, Estudio 2023, en la entidad 39 por ciento de las trabajadoras sexuales no cuenta con acceso a servicios de salud regularizados, mientras que 65 por ciento dijo haber sufrido tratos discriminatorios en clínicas u hospitales.
Para la especialista, la falta de normativas claras se suma a la violencia cotidiana que enfrentan, tanto mujeres cisgénero (término usado en estudios de género y en activismo para describir a las personas cuya identidad de género coincide con el sexo que les fue asignado al nacer) como mujeres trans, travestis y hombres que realizan trabajo sexual.
En su investigación documentó agresiones extremas, “mientras yo hacía mi investigación, a una chica le dieron con un bate en la cabeza… a otra chica trans le aventaron ácido en la cara”.
Hasta 67 por ciento de las trabajadoras sexuales en México ha sufrido algún tipo de violencia por parte de clientes, policías o autoridades, según la Red Mexicana de Trabajo Sexual. En Jalisco, un informe de IMSS/CONASIDA Jalisco (2022) registró que 52 por ciento reportó extorsión policial, 38 por ciento denunció agresiones físicas y 34 por ciento sufrió violencia sexual mientras trabajaba.
Las trabajadoras sexuales trans enfrentan niveles más altos de violencia. Un 82 por ciento declaró haber sufrido violencia física en el ejercicio de su trabajo; y 41 por ciento ha sido detenida arbitrariamente, según el Informe “Violencia contra personas trans 2022–2023”.
Regular o abolir, posturas válidas pero complicadas
Sobre la posibilidad de regular el trabajo sexual, reconoce una tensión en sus propias posturas, “creo que ambas posturas son buenas”, afirma. Desde el regulacionismo, considera fundamental pensar en derechos laborales, acceso a salud, educación y seguridad social. Con mujeres adultas mayores que entrevistó, a quienes denomina “las veteranas”, vio de cerca las consecuencias de pasar toda la vida en un oficio sin protección institucional. Pero también señala que, en un país con desigualdad estructural, pensar en la abolición implica enfrentar las causas profundas que empujan a las personas al trabajo sexual.
Y aunque considera difícil imaginar una abolición total, insiste en la necesidad de resignificar el trabajo sexual desde una perspectiva de derechos, dignidad y escucha activa a las personas involucradas.
Antes de concluir, Morales Barajas reconoce que sus posturas también han cambiado con el tiempo y que las reflexiones sobre trabajo sexual deben mantenerse en transformación constante: “Las visiones tienen que irse transformando y tenemos que tener una visión global de las cosas”.
Su deseo final es claro: que quienes ejercen trabajo sexual “tengan todos los derechos como todas las personas… y que también se pudiera abolir en algún punto”. Y deja una última reflexión: “no es la vida alegre, no es el oficio más antiguo del mundo, sino cómo es que el hombre… ha tenido la oportunidad de violentar y sexualizar los cuerpos de las mujeres”.
JVO