En medio de la alcaldía Cuajimalpa, un pequeño taller familiar conserva un oficio que para muchos podría pasar desapercibido. Veladoras Tonalli, liderada por Daniel Reynosa, mantiene viva la elaboración artesanal de velas, una tradición que en México forma parte tanto de la economía como del imaginario religioso y cultural.
Según la Secretaría de Economía, el intercambio comercial de “velas, cirios y artículos similares” alcanzó 87 millones de dólares en 2024, de los cuales 56.7 millones correspondieron a exportaciones y 30.4 millones a importaciones.

Aunque México exporta velas —principalmente desde Nuevo León y Jalisco—, la producción artesanal en la capital apenas resiste, contribuyendo con apenas el 0.77 % de la exportación total nacional.
Del deseo familiar al emprendimiento local
“Tonalli se creó hace cinco años aproximadamente, aquí en Cuajimalpa, es un pueblo con tradiciones aún, es una alcaldía que tiene cinco pueblos originarios”, relata Reynosa, quien tiene su taller en San Pedro Cuajimalpa. Su vínculo al oficio proviene de memorias familiares: “Desde que estaba mi abuelito nos enseñó la tradición de encender una vela, una cera en Día de Muertos. Nos generó la curiosidad de poder aprender el oficio”.
Sin un linaje directo de cereros, el proyecto nació a base de experimentación. “Somos la primera generación que iniciamos con este oficio. Fue prueba y error, porque no sabíamos nada, no teníamos conocimiento de nada, y poco a poco fuimos generando esta experiencia que tenemos hoy en día.”
Su propuesta fue producir lo que antes llegaba de fuera. “Anteriormente, toda la gente iba a comprarla a otro lado o la compraban en mercaditos o en molinos ya revendida. Nosotros lo que empezamos a hacer fue crear las ceras, las velas, aquí en Cuajimalpa, y eso le dio un poquito más de impacto porque era como algo local”.

Una producción artesanal con escalas medidas
Hoy Tonalli emplea entre 13 y 15 personas. “Lo creamos entre dos personas… y en tema de producción contamos aproximadamente entre cinco y 10 personas”, explica.
El proceso requiere tiempo y precisión. “Hay unas ceras que ocupan ahorita para Día de Muertos, que esa es a baño tradicional, como anteriormente se hacía en diversos talleres del Estado de México; contamos con una producción aproximada de 120 ceras por seis horas, más o menos”. Para optimizarlo, Reynosa diseñó una máquina que permite producir “120 ceras en el mismo tiempo”.
El valor del taller está en el detalle. “Nuestro producto es elaborado totalmente a mano, el quemado es prácticamente el que cambia”.
"El de producción mayor, el pabilo siempre está chueco e incluso usan materiales de muy baja calidad y nosotros, en la artesanal, procuramos que el material sea de primera calidad porque al final nuestro producto queremos que sea algo que tú digas: 'Bueno, me costó tanto dinero pero se quemó bien, no hizo demasiado humo y es algo que está hecho artesanalmente, por manos artesanas'”. También promueven la reutilización: “Reutilizamos su producto para que ellos lo vuelvan a consumir… La misma gente nos trae las velas, los cirios, para que nosotros volvamos a hacer sus velas”.
La calidad artesanal contrasta con la industria nacional, que genera más de cinco mil 800 millones de pesos anuales y concentra su producción en grandes plantas del norte y occidente del país, según Market Data México. En ese contexto, talleres pequeños como Tonalli representan la resistencia de un mercado que se moderniza sin perder su raíz simbólica.
La brecha generacional y la falta de apoyo institucional
A sus 36 años, Reynosa lidera uno de los pocos talleres activos en la Ciudad de México. “A nivel ciudad somos muy pocos los talleres que tenemos este oficio. No hay algún apoyo o reconocimiento por parte de las autoridades”.
El diagnóstico es claro: “Muchos jóvenes ya no quieren seguir, no quieren aprender un oficio”. Aun así, hay esperanza: “Nos han venido a buscar para dar cursos. Estamos preparando algunos para poder dar ese pequeño emprendimiento hacia más personas”.

En contraste, entidades como el Estado de México mantienen una red más amplia de productores artesanales. “En la Ciudad de México hay muy pocos productores porque lo que hacen es traerlas del Estado para revenderlas aquí”, explica.
Competencia y adaptación en un mercado cambiante
El mercado mexicano de velas se valora en 126 millones de dólares en 2024 y podría duplicarse hacia 2033 con un crecimiento anual de 7.2 %, de acuerdo con la empresa de investigación de mercados, IMARC Group.
Esa expansión, sin embargo, favorece sobre todo a las grandes marcas de velas decorativas o aromáticas, que desplazan los productos rituales tradicionales.
“El mercado está cambiando día a día, y lo que cambia es el tema de la producción de ceras de parafina a una cera de vela aromática. Nosotros también nos estamos atreviendo a evolucionar y entrar en el mercado de las velas aromáticas”, comenta Reynosa. Aun así, mantiene la esencia del taller: “Tenemos desde las velas de Adviento hasta una vela para bautizo, velas de primera comunión, para boda, para adviento o sirios personalizados. La gente busca que lleven algún santo, alguna frase, algún poema porque lo ocupan para regalar”.

Luz y memoria
Más allá de los números, el sentido espiritual sigue siendo la base de este oficio. “Una vela representa mucho para las familias. Funciona como símbolo de esperanza, de fe, y hablamos desde una vela de bautizo hasta lo más triste, que es una vela para difunto”.
"Yo creo que la vela representa en la cultura mexicana algo como de iluminar a nuestros seres queridos, iluminar nuestra casa, iluminar nuestra fe”.
En un país donde las velas acompañan nacimientos, rezos, fiestas patronales y ofrendas, la labor de Reynosa mantiene encendida una tradición que une generaciones. Su llamado final es invitar a la gente a que no pierda esta tradición de encender una vela. Los tiempos van cambiando, pero hay que seguir con esa fe, con esa ilusión, porque es luz hacia nosotros y hacia las personas que más queremos”.
EHR