En cada una de las seis Aldeas Infantiles SOS México habitan niños y adolescentes cuyas vidas están marcadas por la pérdida: historias atravesadas por la violencia, el abandono, el abuso sexual, la trata de personas o los intentos de reclutamiento del crimen organizado.
Entre ellas, se encuentra la de Fernando Abisai Betuel Trejo Cruz, quien llegó cuando tenía apenas 11 meses de nacido junto con sus siete hermanos. Hoy, con 19 años y sin recuerdos de su pasado biológico, ha construido una familia distinta: una que no comparte su sangre, pero sí su destino, su confianza y su corazón.
“No sé por qué llegamos aquí, pero llegamos juntos. Éramos ocho hermanos y procuraron mantenernos unidos”, recordó Fernando.

Infancia entre sombras y luz
Los primeros años no fueron fáciles. “Entre nosotros había agresión y violencia, y tuvieron que separarnos para que no nos hiciéramos daño”, contó.
Su memoria de infancia llega envuelta de esos golpes propinados por sus propios hermanos mayores y de sus padres biológicos. Solo saben que viven, que alguna vez intentaron convencerlo de acercarse con un muñeco de peluche. No quiso y es fecha que no desea saber de ellos.
“Llegué muy chico, entonces no recuerdo mucho. Pero cuando tuve conciencia, éramos como la casa más desastrosa. Algunos de mis hermanos eran agresivos. Una vez llegué con los labios rotos porque uno de ellos me pegó. Al principio fue difícil, pero luego entendí que era por mi bien”.
Tenía seis años cuando fue reubicado a otra casa dentro de la aldea.
“Me separaron de mis hermanos y fue complicado porque yo estaba chico y no entendía por qué. Lloraba por las noches, no entendía por qué me habían separado. Pero mi mamá, la mamá que conocí aquí, venía y me abrazaba. Ella me educó y para mí es mi mamá, aunque no haya vínculo de sangre”.
Con el tiempo entendió que esa decisión lo salvó.
“Si no me hubieran separado de mis hermanos, no sé qué habría sido de mí. Ellos no eran la mejor influencia. Cuando conocí a mi mamá de aquí fue diferente: alguien que estaba ahí, que te decía haz tus tareas, ve a la escuela, pero con cariño”.
Y es que dos de sus hermanos “eran muy agresivos, muy conflictivos. A veces cuando nos agarraban decían: ‘vamos a jugar’, pero para ellos era darte un soplamocos. Fue complicado”.

Una organización que reconstruye infancias
Desde hace 55 años, Aldeas Infantiles SOS México ha sido hogar y refugio de más de 35 mil niños, niñas y adolescentes, aunque el impacto podría alcanzar a un mayor número de personas atendidas en distintas etapas, de acuerdo con su directora ejecutiva, Diana Rosales.
“Somos la organización de cuidado directo más importante del mundo, con presencia en 137 países y 75 años de existencia global”, explicó.
Los menores llegan canalizados por el DIF o por las procuradurías de protección a causa de violencia, abuso, pobreza extrema o vínculos con el crimen organizado. Algunos son niños migrantes que sufrieron intento de reclutamiento o trata.

Cada aldea funciona como una comunidad de cuidado.
“Es un fraccionamiento con diversas casas donde vive una madre social o cuidadora que atiende entre seis y siete niños. Detrás hay un equipo psicopedagógico que permite brindarles las condiciones necesarias para su desarrollo social. Lo que buscamos es restituir su derecho a vivir en familia”.
En México operan dos modelos. “Uno es el acogimiento familiar, cuando el niño crece dentro de una aldea. Y el otro es el fortalecimiento familiar, con el que trabajamos en comunidades vulnerables para evitar la desintegración. En esos programas buscamos llegar antes, para fortalecer a las familias y evitar que los niños sean separados”.
El principio rector no cambia. “El mejor lugar para un niño es su familia. Pero cuando eso no es posible, las aldeas se convierten en su casa, en su punto de partida. Aquí las heridas se vuelven cicatrices y los niños aprenden a sonreír otra vez”, afirmó Rosales.
Y aunque no sea la familia de sangre, en cada aldea “buscamos restituir su derecho a vivir en un hogar, enfatizó Rosales.

La institución tiene presencia en seis estados, Ciudad de México, Estado de México, Puebla, Michoacán, Chiapas, con dos programas, y Baja California, además de tres programas de fortalecimiento familiar que buscan evitar la separación de los hijos cuando la familia enfrenta violencia o pobreza extrema.
“Lamentablemente la violencia es el común denominador. Hablamos de violencia sexual, psicológica, física o del entorno del narcotráfico. Algunos casos tienen medidas de protección y a veces se les reubica en otras sedes para salvaguardar su integridad”.
El sostenimiento económico es un reto permanente.
“Hacemos mucho con poco. Mantener a un niño cuesta en promedio tres mil pesos al mes, porque cubrimos vivienda, escolaridad, vestido, salud y acompañamiento emocional. En Aldeas Infantiles hay niños hasta de meses de nacidos. Algunos llegaron sin ninguna referencia familiar. Nosotros los acompañamos desde la primera infancia hasta la adultez”.

Residencia y segunda oportunidad
Los casos más complejos llegan con medidas de protección judicial o sin referencias familiares. “Algunos bebés llegan con apenas tres meses de vida. Crecen aquí y salen hasta los 20 o 23 años, cuando ya están listos para vivir por sí mismos”, detalló.
Fernando creció entendió desde muy chico que lo mejor fue separarse de sus hermanos mayores, pero debió aprender otra lección, fuera de los muros había niños y adultos que lo discriminaban.
“En la escuela algunos compañeros se burlaban, decían ese niño no tiene papás. Incluso había maestros que nos señalaban como problemáticos. Pero con el tiempo entendí que eso no te define. Aquí te enseñan a crecer”. Hoy vive fuera de la Aldea.
“Yo lo pedí. Quería dar el paso. Aquí te enseñan a ser independiente. Ya afuera pagas tus servicios, tu comida, tu transporte. Es más difícil, pero traes las herramientas”, explicó el joven de 19 años.
Trabajó como cocinero y concluyó una capacitación en hotelería.
“Estoy aplicando para una vacante en un hotel. Quiero trabajar, pero también aprender a sostenerme por mí mismo”.

Identidad y pertenencia
De sus padres biológicos no quiere saber. “Nunca se preocuparon por nosotros. Jamás vinieron. Cuando veía que otros compañeros recibían visitas, yo no tenía a nadie. Por eso decidí que no quiero comunicación con ellos. He pensado en cambiarme los apellidos para no vincularme con mi familia biológica”.
Su sentido de pertenencia se ha redefinido.
“Para mí, mi familia es la que tengo aquí. Nací, crecí y viví en la aldea toda mi vida. La aldea no te suelta, siempre te da apoyo. Es un referente que no quiero perder”.
Fernando mira hacia adelante. “Quiero casarme, tener hijos y enseñarles que hay muchos tipos de familia, que no todos tienen la misma historia. Que no se burlen de nadie, porque cada uno tiene su historia de vida”. Con los ojos puestos en el futuro, resume su deseo más simple y poderoso: “No sé todavía de qué, pero quiero trabajar para mí mismo”.
El galardón SOS
Este octubre, Aldeas Infantiles celebrará la quinta edición del Galardón SOS, que distingue a empresas, medios y personas comprometidas con la infancia. “En cinco años hemos reconocido a más de cincuenta organizaciones por su labor social. Este premio promueve que más personas y compañías se sumen a causas como la nuestra”, explicó Rosales.
“El mejor lugar para un niño es su familia, pero cuando eso no es posible, las aldeas se convierten en su casa, en su punto de partida. Aquí las heridas se vuelven cicatrices y los niños aprenden a sonreír otra vez”, destacó la directora.
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