Durante siglos, los seres humanos han observado con asombro la capacidad de ciertos animales para hibernar, un proceso natural que les permite sobrevivir durante largos meses sin alimento, con el cuerpo en un estado de energía mínima.
Estos comportamientos han fascinado tanto a científicos como a curiosos, no solo por lo extremo del fenómeno, sino por lo que revela sobre la resistencia del cuerpo ante condiciones adversas. La ciencia actual comienza a mirar más de cerca lo que ocurre a nivel genético en estos animales, y lo que encuentra podría transformar nuestra comprensión sobre el metabolismo humano y el envejecimiento.

¿Qué tienen en común los humanos y los animales hibernantes?
Investigadores de la Universidad de Utah descubrieron que un grupo de genes llamados FTO relacionados con la obesidad en humanos también está presente en animales que hibernan.
La diferencia es que en estos seres, dichos genes funcionan de manera muy distinta les ayudan a acumular grasa antes del invierno y luego gestionarla como energía, sin provocar daño muscular, deterioro cerebral ni enfermedades metabólicas.

¿Cómo regulan estos animales su metabolismo extremo?
El secreto parece estar en regiones específicas del ADN que no son genes en sí, sino que actúan como interruptores que activan o apagan genes cercanos dependiendo de lo que el cuerpo necesite.
En los animales hibernantes, estas secuencias controlan funciones clave como el uso de grasa, la ralentización del metabolismo y la protección del cerebro y músculos. Incluso cuando bajan su temperatura corporal y reducen la actividad cerebral al mínimo, sus cuerpos se adaptan sin sufrir daños.

¿Esto podría aplicarse en humanos?
Aunque no se crea esto si podría aplicarse en los humanos, los investigadores creen que si se logra comprender cómo funcionan estas regiones del ADN, podríamos desarrollar terapias para la diabetes tipo 2, enfermedades neurodegenerativas e incluso mejorar la longevidad.
La clave estaría en aprender a “encender” estos mecanismos que ya forman parte de nuestro genoma. Como dijo uno de los autores, “es posible que tengamos las instrucciones genéticas, pero nos falta el manual para usarlas”.
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