Por Héctor Sebastián Arcos Robledo
Ilustración: Víctor Solís
Uno de los supuestos básicos que subyace a todo régimen que se precia de ser democrático es que las elecciones proporcionan a los ciudadanos la oportunidad de sancionar o recompensar a los políticos por su desempeño, por lo que podríamos esperar que, si los ciudadanos desaprueban la corrupción, aquellos regímenes donde los ciudadanos tienen más poder para seleccionar a sus líderes presenten niveles más bajos de corrupción. Sin embargo, esto no necesariamente es así. Hoy día, no existe evidencia concluyente de que los países democráticos sean incluso menos corruptos que sus contrapartes no democráticos, aunque el hecho de recorrer un largo historial bajo elecciones relativamente libres, justas y competitivas esté asociado positivamente con niveles más bajos de corrupción.