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De mujeres

“…lo único que redimía al país de todos sus pecados históricos era la naturaleza y las mujeres, otra forma de naturaleza”.

En la literatura cubana, reflejo de mundos diversos, las mujeres han sido un punto de arranque hacia los asombros de la vida.

El asombro mismo, también.

Ahora que en librerías circula la tercera novela del cubano Ronaldo Menéndez (1970), La casa y la isla, cómo no citar a su paisano Guillermo Cabrera Infante, autor canónico que habrá marcado rumbo entre los escritores que le siguieron.

A medio siglo de que publicara Tres tristes tigres, novela que tuviera que sortear no la censura castrista de dentro de Cuba sino la franquista de España, sitio donde se editó y fue premiada con el Seix Barral, se escucha la voz de ese gran representante del genio verbal:

“…lo único que redimía al país de todos sus pecados históricos era la naturaleza y las mujeres, otra forma de naturaleza”.

Puesto a novelarnos la vida de la isla, “un país socialista de estirpe soviética en versión tercermundista caribeña”, Menéndez nos entrega en La casa… un ejemplo de buena construcción literaria, imaginativo y desafiante, basado en la profundidad de al menos dos personajes.

De Anabela (tímida como un pez) y de Montalbán (un negro con una especie de distinción genética que le pone destellos dorados en el pelo), de quien el novelista nos presenta su historia en detalle para hacerlos confluir en situación y tiempo distintos.

Momento en el que el mismo narrador (Ronaldo, el autor) jugará un rol importante, aun cuando el lector pueda no percibir su paulatina y silenciosa intromisión hasta quedar instalado tal cual en las últimas páginas.

Novela de azares (el azar es una moneda muy pequeña con la que se puede comprar algo muy grande); de reminiscencias (volúmenes, olores, colores y texturas); de accidentes y variables (demasiado monstruosos), La casa… nos muestra los tropiezos de la generación a la que el cambio revolucionario le fue impuesto.

(“Habíamos nacido después del año 1959, no éramos parte de la Revolución, sino una consecuencia. Nos interesaba más el futuro que el pasado. Y al pasado no estábamos dispuestos a darle palmaditas, sino patadas”).

Anabela, niña escuálida, de pelo negro y alucinantes ojos azules, tendrá que representar muy bien caracterizada la figura del heroico, chulesco y corajudo Comandante: el jefe nato de la isla.

Hacerlo, mayor dificultad, a partir de la famosa arenga “La Historia me absolverá”, defensa al juicio derivado del asalto al cuartel Moncada del año 56.

Reto que vence, y muy bien, la pequeña pionera en diferentes ocasiones y con la aprobación mayoritaria hasta que se declara, categóricamente, que la figura del Comandante no puede ser representada.

También Montalbán tendrá situaciones entre trágicas y cómicas en su vida. Volverá a nacer en distintas ocasiones, accederá a un grupo literario, viajará a la guerra en Angola y buscará uno de sus más grandes anhelos: ser médico al servicio de la sociedad.

El destino de ambos, esa rareza amante de simetrías y anacronismos, les ofrecerá caminos, aunque claro, siempre con la mano del novelista (Ronaldo) detrás.

Y como a la también bella pelirroja Rebeca, la otra protagonista eje de esta novela, los pondrá frente al azogue manchado de sus vidas. Espejo que les devuelve expresiones distorsionadas y pieles desconocidas.

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Mauricio Flores
  • Mauricio Flores
  • mauflos@gmail.com
  • Periodista, estudió Ciencia Política y Administración Pública en la UNAM
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MILENIO DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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