La alternancia no trajo cambio en la conducción económica y ahora el aprecio a la democracia y sus instituciones es precario. Y hay que sumar una década de pandemia de violencia. Mucha energía ha invertido el país en sus transformaciones económicas y políticas en estas cuatro décadas. Demasiado énfasis se ha depositado en el tema electoral, en cómo acceder al poder pero poca atención en para qué llegar a él y cómo ejercerlo. También se ha puesto cuidado extremo en los equilibrios macroeconómicos nominales, al tiempo que se volvieron residuales los objetivos de bienestar poblacional. Sin una reforma profunda del ejercicio del gobierno —para arrinconar a la corrupción y la impunidad— y sin enfrentar en serio la desigualdad, las crisis combinadas seguirán siendo parte de la cotidianidad mexicana, lejos de la legítima aspiración de tener un país próspero y en paz.
La normalidad anormal
La llegada del milenio trajo la alternancia en la presidencia que, sumada a la pérdida del control del Ejecutivo sobre el Legislativo, confirmaba que México había logrado el cambio pacífico del poder.
Ciudad de México /