Benito siempre supo que quería dedicar su vida a honrar a Jesús. Mientras otros niños jugaban con carritos o trompos, él prefería imaginar que era azotado por soldados romanos y crucificado para salvar a su pueblo. Su infancia transcurrió entre escenas mentales de dolor y redención, observando cómo los adultos de San Martín de las Flores se preparaban para participar en la Judea, esa representación de la Pasión y Muerte de Cristo que desde hace más de 200 años se lleva a cabo en su comunidad.
Hoy Benito tiene casi 35 años y, aunque divide su tiempo entre su trabajo en la pirotecnia y su oficio como mototaxista, su mayor entrega está en otro lado: en el arte doloroso de elaborar la corona de espinas que llevará Jesús durante la Judea. Con manos curtidas por el fuego y los fuegos artificiales, Benito selecciona las ramas de huizache que recolecta cerca de su taller o en los pocos árboles que aún sobreviven en San Martín. Las limpia con ayuda de su madre, su esposa y sus hijos, quitando con cuidado las hojas y acomodando las espinas que deben verse largas y tupidas, como él dice, para que “luzcan”. Usa hilo blanco para amarrarlas, procurando que no se note. “Aquí me llevo varios espinazos”, dice con una mezcla de resignación y orgullo.
Moldear el aro con las ramas delgadas del huizache es lo más difícil. No hay una medida oficial, solo una “cuarta”, como le enseñaron los viejos. Palito por palito, Benito va formando la silueta del sufrimiento. “Como me dedico a la pirotecnia, dije: la voy a hacer como una rueda de castillo”. Pero esta rueda no lanza luces al cielo: se clava en la frente de un hombre que representa el dolor del mundo.
Benito no proviene de una familia de actores de la Judea. Fue un padrino quien lo llevó a ver un ensayo, cuando era un niño curioso de trece o catorce años. Le invitaron a participar como “pueblo”, el personaje más elemental. Desde entonces ha pasado por todos los rangos: centurión, soldado, y desde hace quince años, ministro segundo. “Me siento orgulloso de haber tomado este papel, hasta dónde llegó lo que inicié jugando”, dice.

¿Quién representa a Jesús en Judea de San Martín de las Flores?
Al otro lado del ritual, está Miguel Iván Alejo, el hombre que encarna a Jesús. Tiene 33 años y desde hace una década lo representa en esta Judea, sin interrupciones. En total, lleva 20 años dando vida a Cristo. No ha querido ser otro personaje. Para él, representar a Jesús es una responsabilidad inmensa que comienza en el alma. “La clave de este papel es la parte espiritual, de ahí parte todo”, dice. Miguel estudia la Biblia, se asesora con sacerdotes, repasa diálogos, pero sobre todo, medita. Quiere que el mensaje llegue. No basta con memorizar, hay que conmover.
San Martín de las Flores no es una Judea de utilería. Aquí los látigos pegan de verdad, las varas dejan marcas, y la cruz pesa. El año pasado, la cruz que cargó Miguel pesaba 130 kilos. Este año se calcula entre 140 y 150. Por eso entrena como un atleta: corre diario, una hora y media bajo el sol, a las tres de la tarde, para aclimatarse a la hora exacta en que cargará su cruz por las calles. “Los golpes van directos a mi integridad física, me duelen como no tienes idea”, admite. Pero su fortaleza está en otro lado. “El miedo te quiere seducir, convencer de que no lo hagas… y aunque me da miedo, lo hago”, dice. Se encomienda a Dios antes, durante y después de la escenificación.
El momento cumbre llegará entre el 17 y el 19 de abril. Entonces, Benito tomará la corona de espinas que fabricó con dolor y devoción, y la colocará sobre la cabeza de Miguel, que la recibirá como quien acepta un destino. Cientos de familias observarán en silencio. Pero allí, en ese instante donde la tradición se hace carne, nadie duda de lo que se está representando. Jesús camina entre ellos. Y hay un hombre que hizo su corona con sus propias manos
SRN