Desde las primeras horas del 10 de mayo, el Panteón de San Sebastián se llenó de vida. En medio del silencio de las lápidas y las cruces, el murmullo de las familias leonesas fue envolviendo el camposanto, trayendo consigo flores, agua bendita, bancas plegables, escobas, veladoras… y recuerdos.
Ahí, entre los senderos de tierra y mármol, los vivos acudieron a visitar a las madres que ya no están físicamente, pero que siguen presentes en los rituales de cada año: limpiar la tumba, colocar el ramo favorito, sentarse un rato a recordar su voz, su risa, sus consejos. El Día de las Madres no pasa desapercibido en este lugar donde el amor no termina con la muerte.

Los pasillos del panteón se cubrieron de rosas, girasoles, alcatraces y gladiolas. Algunos niños ayudaban a regar las plantas; otros, con la inocencia a flor de piel, preguntaban por la “mamita” o la “abuelita” que descansaba ahí. Las familias más prevenidas llevaban sombrillas o sombreros; otras improvisaban sombra bajo los árboles para aguantar el sol mientras compartían anécdotas o simplemente guardaban silencio.
En muchos espacios, se podía ver a personas solas, con una silla portátil al pie de una lápida. Se quedaban ahí largo rato, mirando hacia el pasado, dejando que el viento les revolviera el alma. A unos metros, mariachis, tríos y grupos norteños se iban turnando para interpretar desde “Amor eterno” hasta “Las Mañanitas”, mientras algunos acompañaban las canciones con lágrimas discretas o sonrisas que escondían nostalgia.
Las flores no eran el único homenaje. Algunos llevaron la comida favorita de la madre o abuela fallecida y la compartieron en familia como un pequeño picnic de memorias. Otros encendieron veladoras mientras murmuraban una oración, tocaban la lápida con ternura o colocaban una foto enmarcada, como si quisieran fijar para siempre el rostro amado.
A pesar del calor y el ajetreo, reinaba una especie de paz. No era una celebración ruidosa, pero sí profundamente significativa. En el Panteón de San Sebastián, el 10 de mayo no es solo una fecha más: es un acto de amor que traspasa el tiempo, un recordatorio de que hay lazos que ni la muerte puede romper.