En México se vive una débil democracia, misma que, después de la alternancia del priismo al panismo a nivel federal, despertó la esperanza de construir un país mejor. Sin embargo, el ansiado propósito estaba —y está— muy lejos de alcanzarse.
En Tamaulipas, cuando el panismo desplazó a los priístas del gobierno estatal, también se abrió para los tamaulipecos un escenario largamente anhelado. Sin embargo, tras un sexenio de pesadilla, en donde el grupo del exgobernador Francisco García Cabeza de Vaca hizo y deshizo a base de prepotencia y soberbia, tal cual Atila, esa posibilidad murió de forma prematura.
La ciudadanía, cansada de promesas rotas, comenzó a entender que cambiar de colores partidistas no siempre significa cambiar de rumbo.
La práctica de la política se fortalece a través de los grupos y sus intereses; son ellos quienes en realidad gobiernan, y las administraciones solo responden a los caprichos de quienes detentan ese poder.
En el llamado "sólido sur" —como les gusta ser nombrados en Tampico, Altamira y Madero— operan las fuerzas económicas, esas que nunca pierden en una elección. En la capital, los convenencieros políticos de rancio abolengo y la burocracia dorada se dejan usar según la voluntad del poder en turno. En la frontera, los intereses se dispersan entre familias equiparables a señores feudales, que gobiernan desde Nuevo Laredo hasta Reynosa.
En los últimos años, una fuerza que durante mucho tiempo operó en la sombra ha crecido como el óxido, corroyendo las estructuras sociales, y todo parece indicar que está llegando a un punto incómodo incluso para las autoridades federales, seguramente presionadas por el gobierno de los Estados Unidos.
La simbiosis de esta fuerza con actores políticos de Morena deja mal parado al partido. Ante su exposición pública, es cuestión de días para conocer quiénes serán los primeros damnificados... aunque también existe la posibilidad de que no pase absolutamente nada.
En el morenismo, nada termina por pasar, aunque las pruebas sean contundentes.
Mientras el partido en el poder y sus aliados se empeñan en creerse su mantra de “no somos iguales”, la contundencia de los hechos de corrupción que día a día salen a la luz parece darles la razón: pueden llegar a ser aún más corruptos que los priístas y los panistas.