La crítica más amarga hacia un político es por no cumplir con sus promesas. El despecho ciudadano llega a ser tan fuerte como el que provocó aquel prometido en matrimonio que se rajó a una calle antes de llegar a la iglesia.
Aunque la deserción al matrimonio es una excepción, casi una anécdota, la rotura del compromiso de un político es –gran desgracia—muy habitual. La rutina del incumplimiento político se vuelve tan común que forma parte de su propia investidura. Debe inquietar a todos esa imagen tan dañada del político incumplido porque esa frustración tiene un origen más complicado que no se limita a la simple voluntad del personaje. Es muy probable que su deseo y esfuerzos quisieran cumplir con los compromisos, pero comúnmente son inalcanzables.
Prometió algo que no sabía si podría cumplir; aquí radica el origen del creciente desgaste político. Es falso el refrán popular que dice: “prometer no empobrece”. La promesa es una salida efímera que evade un momento pero no resuelve la raíz. La promesa es un cómplice fugaz que construye una esperanza sin cimientos. La promesa incumplida se transformó en mentira, pero antes fue una luz que alguien buscó ver. En la transgresión hubo partícipes dispuestos a escuchar el empeño de una palabra. Es la tentación de la campaña que se acerca mucho a confabulación.
El refrán tiene una segunda parte que también es falsa. Dice: “el cumplir es lo que aniquila”. En política, cumplir es lo que ennoblece, pero eso se logra ver hasta el final y no todos tienen paciencia para ello. Giovanni Sartori, el pensador político italiano responde a la pregunta: ¿Porque mienten los políticos? Y su respuesta es desconcertante. “Mienten, porque pueden”.