Se eligieron a los 84 presidentes municipales y en diciembre ya estarán en funciones. Afrontarán de inmediato un dilema que es eterno en el arte de gobernar: optar entre lo urgente o lo importante.
Cuando Mafalda encontró una brigada del Ayuntamiento horadando una calle del centro de Buenos Aires emocionada le pregunta al jefe: “Vos buscáis la raíz de la ciudad”. No, nena –le contesta—es una fuga de gas. Decepcionada, Mafalda lamenta: “Como siempre, lo urgente no deja tiempo para lo importante”.
Los presidentes municipales llegarán con proyectos, promesas e ilusiones. Algunos, los más profesionales habrán realizado previamente trabajos de planeación y querrán iniciar de inmediato. Se toparán con una realidad testaruda. Siempre emergerán asuntos apremiantes. El mismo día de su toma de posesión, lo garantizo, brotará una emergencia y a partir de esa fecha aparecerá una cada día cada vez más urgente. El gobierno municipal es demandante. Los presidentes desarrollarán, sin proponérselo, una agilidad mental que antes no tenían. Los apremios tendrán variedad: le robarán el sueño las finanzas, la seguridad pública, el agua, la basura, la pandemia y mil asuntos más. Parecería fácil, de sentido común, optar por los temas importantes, pero el peso de la responsabilidad, obliga a ocupar el tiempo en lo inminente. Ante el torrente de obligaciones ¿en dónde quedan los proyectos con los que ilusionó a sus electores? A un gobernador le escuché reprender a un alcalde: “¡eres el Presidente, no el bombero!”, le dijo. Nadie tiene una solución absoluta, pero encontré un consejo norteño: “la suerte se reparte de 5 a 6 de la mañana”. Dedicarle las primeras horas del día a lo importante dejará tiempo suficiente para remediar las urgencias.