La crítica es una de las materias de la ciencia política. Es uno de los reactivos de laboratorio para comprobar la certeza sobre las acciones de un gobierno. Lo explico de manera simple: la crítica es el juicio de espectador de teatro que pagó por su boleto.
El político que se paró en el escenario del servicio público será observado. Es la esencia del cargo público. La crítica es concomitante a la política, es decir caminan juntos; vienen en el mismo paquete.
Pero la crítica irrita. La crítica política molesta dos veces porque además de hacer juicios desde una silla cómoda, filtra siempre calificaciones negativas y pide pronta enmienda. La crítica nunca aplaude porque su función es el análisis e impone registros de su propio arbitrio. No siempre justos y con la objetividad de que cada uno de los críticos sea capaz.
La crítica sin embargo, a pesar de todas sus limitaciones y prejuicios significa ser el mejor catalizador de la política. Es un insumo de la democracia. Un balance químico de toda actividad de la vida pública.
Por ello es muy importante que las personas dedicadas a la política sepan cohabitar con la amplia variedad de sentires que surgen como una evaluación de su desempeño. Aquel funcionario que siente irritación por cualquier voz discordante pierde una buena oportunidad de formarse como un demócrata genuino.
Sentirse incomprendido es quizá el peor de los sentimientos de un político que evalúe su desempeño profesional. Sin duda la crítica duele pero es también un derecho de los ciudadanos. Debe también diseccionar la crítica sincera que provoca reconsiderar y corregir, del derecho político que tienen sus opositores para cazar cualquier error en su actuación. Es su esencia
