Cuando sienten sobre su cabeza la tormenta de la crítica, los gobiernos y sus huestes suelen soltar las teorías de la conspiración. La 4T tiene ya como argumento de debate la denuncia del complot, el golpe de estado y la confabulación de sus adversarios.
Repiten de su líder los sobrenombres que endilga a sus oponentes y que en rigor son una abierta contradicción: “conservadores” y “neoliberales”. Éstos --según su propaganda-- son los “enemigos” de México que no dejan en paz al gobierno con sus insensatas críticas. Un costal en donde caben todos los que opinan diferente y observan fallas y errores en su política.
El último Golpe de Estado en México fue contra el Presidente Madero en febrero de 1913. Fue, efectivamente una conspiración de porfiristas, extranjeros y naturalmente, algunos mandos del Ejército. El mito ha subido al altar patrio a Madero como el “Mártir de la Democracia” y por esa razón López Obrador lo utiliza como uno de sus emblemas. Pero la realidad es que fue el propio Madero quien alimentó su caída. Se peleó con empresarios, con la prensa, con profesionistas, con sus propios seguidores y también con militares.
Pero su principal opositor fue Emiliano Zapata. Emiliano apoyó a Madero pero se sintió decepcionado cuando el Presidente no cumplió el compromiso de devolver las tierras que los hacendados habían despojado a las comunidades y lo desconoció a través del Plan de Ayala en noviembre de 1911.
Emiliano no fue un radical de izquierda y menos un socialista. Era pragmático y con un sentido llano de la justicia. Solo exigía la tierra robada; no una reforma agraria, no un ejido, no un reparto masivo. Hoy, lo llamarían “neoliberal”.