Cada vez, los mensajes de los partidos políticos se inclinan más hacia las técnicas de la publicidad que al propósito de la propaganda. Los spots políticos abandonan por completo el campo de la ideología y van ahora en pos del mercado.
Para simplificar las diferencias teóricas entre publicidad y propaganda M. McLuhan resumen que la primera persuade y la segunda convence. La publicidad es efímera y la propaganda perene, dice. Rumbo a la elección del 2021 se escucha ya el tono que tomará la contienda y se avista que no será un día soleado; se presagian tempestades.
La plaza pública ya no es el espacio de las contiendas políticas porque, primero avanzaron hacia los medios y ahora se han ubican en las redes. Y desde ahora (campañas internas) podemos ver en cada esquina huacales con jitomates, piedras, lodo y cuanto objeto puedan lanzar sobre el contrincante para desprestigiarlo. En la publicidad primitiva era común hacer “contraste” con la marca de la competencia. Aún se recuerdan las guerras entre Ford contra Chevrolet y entre Coca Cola y Pepsi. Agotaron su modelo y evolucionaron; hoy buscan la identidad y empatía con los consumidores como fórmula para llegar al mismo objetivo: vender.
En propaganda política vemos el uso del “contraste” pero hacia abajo. Exacerbar los defectos del contrincante antes que alzar las propias cualidades parece la prioridad de las dirigencias. Se conforman con la pobreza de una deducción subconsciente: “mi adversario es tan malo que tendrás que conformarte conmigo”. El mejor anuncio es el que sorprende. Si van a inundar la audiencia con millones de mensajes de aquí a junio que sea algo creativo, edificante e inteligente y no montañas de basura.
