Brotan constantes opiniones sobre la aparente similitud entre el PRI y el partido Morena. Se refieren por supuesto al PRI clásico que engendró una sombra infausta que, a los ojos de los críticos, Morena reproduce como su talante y modo de hacer política.
Algunos lo dicen con mayor crudeza: ahora que Morena es gobierno, copian lo malo que tuvo el PRI. Y agregan: añoran su estilo dominante.
Los historiadores del futuro si encontrarán similitudes porque ambos son partidos eminentemente mexicanos. No es propiamente el PRI el creador de ese estilo sino que se reflejan en él las formas de hacer política de los políticos mexicanos, como ahora se reflejan también en Morena. Para bien o para mal es la escuela política mexicana.
Los orígenes y los tiempos de ambos partidos en realidad son muy diferentes. No así la fuente de sus filas. Arriban al partido muchos anhelantes de poder y reconocen en las siglas el vehículo oportuno para alcanzar su personal designio. Ya sea con las uñas o con méritos los ofuscados de la política se suben al autobús que tiene como destino el poder.
Ser la plataforma para encumbrar, es quizá, el punto de coincidencia mayor de los Partidos. Llevar al poder a sus líderes es, naturalmente, una de las funciones básicas de la organización, porque la teoría dice que serán ellos quienes harán realidad los ideales. A esa plataforma mágica se trepan los cazadores de oportunidad conocidos con la atroz frase política de “ambiciosos vulgares”. Carecer de filtros para evitar estos riesgos le genera a los partidos su desprestigio.
En donde existe un abismo entre PRI y Morena es en la disciplina. Morena no comprende que golpear su cimiento será su condena.