En los debates públicos de México se escucha con mayor frecuencia un argumento absurdo, irracional y hasta torpe de quienes gobiernan y se sienten agredidos o señalados en sus errores: “…es la desinformación de nuestros enemigos”, reclaman.
Su argumento pretende llamar mentira al señalamiento contrario a su acción u omisiones. La pretenden mezclar en el costal de las noticias falsas ( fake news ) y las acusan de campañas o conspiraciones . La “desinformación” aseguran, es un arma de destrucción política; es una animadversión a su trabajo.
La desinformación no existe; en todo caso es una decisión propia del hombre con vocación de ermitaño. Nadie está desinformado por la acción de otro. Hasta ahora no es posible entrar en el cerebro de nadie para borrar la información acumulada como si fuese la memoria mecánica de una computadora. Es un exceso, una torpeza hablar de “desinformación” humana. Existen reacciones, algunas hasta concertadas, para difundir los errores del adversario político y esto es un síntoma de la salud democrática de una sociedad. También hay interesados, efectivamente, en dañar la imagen del gobernante por razones políticas y para ello encausan por los medios de comunicación sus venenos. Pero culpar a todo un gremio de perversos y corruptos es algo cercano a la infamia sino la usaran como un recurso de defensa. El político incapaz de distinguir entre crítica y ataque ha perdido una parte de su talento. Reprochar airado por uno de los riesgos de su profesión los orilla a evadir sus responsabilidades y endosarlas a un fantasma y hoy llaman absurdamente: “desinformación”. Pero la mayor agresión, esa sí sutil y fatua es subestimar la sensatez de quienes escuchan las noticias. _
Tomás Cano Montúfar