Una de las tareas más complicadas en las campañas políticas es fijar el nombre del candidato en la mente de los electores. Las encuestadoras le asignan el término técnico de “reconocimiento” a la presencia del candidato en la memoria del ciudadano. Suele ser un dato vital para emprender una contienda.
En la elección 2021 casi todos los partidos han recurrido a postular candidatos con un reconocimiento público logrado en ámbitos ajenos a la política para evitarse la fatiga de construir una candidatura conocida. Deportistas y artistas de TV son los casos más requeridos.
Con honrosas excepciones estos candidatos famosos son una farsa. Habitualmente son acuerdos de conveniencia mutua para el uso de la fama pública. Subestiman el criterio de los electores que votarán solo por el renombre. Se presentan casos de lucro y llegan a convenir porcentajes por la cosecha de votos en favor de un partido marginal que, a su vez, compra su sobrevivencia legal.
No obstante, el mayor daño consiste en el desprecio por la actividad política ejercido por las propias dirigencias de partidos que, evidencian, otros intereses. Los personajes tienen a salvo sus derechos pero su arribo artificial al campo político significa un fraude, una deslealtad a la democracia. Devaluar a la política con propuestas superficiales contribuye a la desconfianza que de suyo tienen los políticos. El mensaje es: cualquier persona puede ser diputado ( o cualquier cargo de elección popular) porque no hacen nada, solo levantar la mano. Significa darle velocidad al tobogán del desprestigio.
A pesar de la imagen negativa de la política, el fenómeno excarcelado de los famosos con intensiones electorales, revela también que la ambición por el poder no conoce fronteras profesionales.
