El 16 de enero de 1869, y a pesar de las múltiples acciones opositoras de la clase política de Toluca, el presidente Juárez decreta la creación del estado de Hidalgo.
Para determinar la capital del nuevo estado se recurrió una vez más a la memoria histórica. Tulancingo había sido la ciudad comercial más importante de la región, estaba mejor ubicada en cuanto al tránsito comercial hacia el Golfo de México y tenía la forma más citadina de vida cotidiana.
Pero el ser la región más desarrollada de la nueva entidad no le bastó para ser nombrada capital. Si bien el pensamiento liberal de Fernando Soto estaba esparcido por buena parte de la ciudad, también había en ese municipio algunos grupos férreamente conservadores. Incluso el obispo de Tulancingo, Juan Bautista Ormaechea era un férreo opositor a las Leyes de Reforma, y había pertenecido al círculo cercano del archiduque Maximiliano.
Aunado a las acciones mencionadas de extracción clandestina de plata de las minas inglesas en Pachuca, (por parte de grupos mineros para subsidiar a Juárez en Paso del Norte), y pese a que Tulancingo estaba más desarrollada en todos sentidos, la decisión de qué población sería la capital del recién creado estado, no fue difícil de tomar.
Designado por el presidente Juárez, el joven militar Juan Crisóstomo Doria fungió como gobernador interino durante cuatro meses, en los que convocó a elecciones gubernamentales y legislativas, las cuales fueron ganadas por Antonio Tagle, hacendado pulquero de la región del altiplano.
Durante su corto interinato, Juan C. Doria efectuó todo el trámite burocrático para la transición con el Estado de México, implementó la administración pública hidalguense, levantó un censo poblacional, fomentó las mejoras en telecomunicaciones con la capital del país y sentó las bases para el fortalecimiento educativo en todos los niveles del nuevo estado.
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