Nadie puede negar que estos fueron unos Globos muy extraños, por muchas cosas valieron la pena. La primera: que el muy poco público que estaba presente, tanto en Nueva York con Tina Fey como en Los Ángeles con Amy Pohler, era de la comunidad médica y de rescate, y no las típicas celebridades de Hollywood. Fue un gran inicio.
No sé si con risas se curan en salud los señalamientos al sindicato de la prensa extranjera que vota por estos premios, pero qué manera de gozar la forma en la que las conductoras arrastraron a los 87 miembros del grupo de periodistas que votan por estos premios por su falta de inclusión y extrañas nominaciones. Y luego el: “¡Estás en mute!”, que se escuchó en el mundo enteró cuando Daniel Kaluuya se llevó el primer premio de la noche por Judas y el mesías negro. ¿Hay algo más representativo de nuestros tiempos?
También amé cuando Jodie Foster ganó su premio. Realmente ella no creía que se lo llevaría. Lo digo porque estaba cómodamente en casa con su esposa Alexandra, en piyama; pegó un enorme grito de: “No way!”, antes de besarse y besar también a su perro de la emoción. ¿Qué les digo? Amor puro.
Y bueno, más allá de mi alegría por el triunfo de Nomadland (en cines pronto) y mi confusión entre Borat y Hamilton, creo que lo mejor de la noche fueron los premios honorarios. Tal vez en México no reconozcamos el nombre de Norman Lear, baste decir que sin él no existiría nada de lo que hoy conocemos como series de televisión contestatarias, pero de risa loca (merece todo un análisis) ¿Y Jane Fonda? Una diosa en toda la extensión de la palabra. Una diosa que nunca pierde la oportunidad de hacer algo bien, cueste lo que le cueste.
Twitter:@susana.moscatel