El Teatro de los Insurgentes, maravillosamente renovado, estrenó El fantasma de la ópera, el pasado jueves, y fue una delicia como pocas.
La alianza de Morris Gilbert —celebrando 50 años como productor teatral—, Claudio Carrera —siempre homenajeando a Tina Galindo—, Grupo Ollamani (Televisa) y, por supuesto, Ocesa, es insuperable cuando de alianzas teatrales se trata. Y no le haría justicia a las emociones que me causó revisitar este musical con su nuevo montaje, sin hacer una ovación de pie a todo el equipo creativo y a ese espectacular elenco, encabezado por las gloriosas voces de Lina de la Peña y Edward Salles, como Christine y el mismísimo fantasma.
Pero esta no es la primera vez que se monta en ese icónico recinto. A mediados de los setenta el gran Raúl Astor lo hizo y fue —me cuentan quienes lo vieron— un verdadero fenómeno. Y sí, los protagonistas fueron Lucía Méndez y Julio Aléman. Fue presentado como un “misterio musical original de Raúl Astor” y, por los registros históricos, era de lo más apegado al libro de Gaston Leroux. ¿Cómo?
Simple y sencillo: faltaría una década para que Andrew Lloyd Webber cambiara el teatro de gran formato estrellando un candil casi encima del público londinense, y casi veinticinco años para que esa versión llegara a nuestro país de la mano de Morris y Ocesa.
Ese teatro guarda magia y recuerdos, y se requiere una gran producción, con grandes talentos, para hacerle justicia a esa promesa emocional del arte. Yo les aseguro que esta compañía lo logra, y por mucho.