Es espantoso ver el video —y casi imposible evitarlo— del activista conservador Charlie Kirk hablando ante un grupo de estudiantes en Utah, cuando recibió un tiro directo al cuello. Horas después supimos que había muerto uno de los hombres más hábiles para debatir a favor de la extrema derecha estadunidense.
Un hombre de 31 años, con una esposa joven y dos hijos. Un hombre con quien muchos de nosotros estábamos en absoluto desacuerdo, pero a quien eso nunca lo detuvo para hablar con quien fuera respecto a lo que fuera.
La violencia política no es asunto nuevo, pero sin la menor duda es algo que ya se salió de control en el mundo entero. En el caso de Estados Unidos, queda claro que ahí ya no existe eso de izquierda y derecha en los extremos: sólo locos radicales dispuestos a “ganar argumentos” con plomo.
Y sí, claro que la gran ironía es que Kirk, por más que nos desagraden sus discursos y posturas de extremo conservadurismo, por lo menos seguía usando la retórica y el debate para defender sus puntos de vista. Usaba palabras. Muchas que apoyaban cosas que muchos consideramos indefendibles, pero diálogo al fin. Por eso fue tan efectivo en temas, incluso, como la reelección de Donald Trump.
En tiempos en los que no nos perdonamos nada, que justificamos la violencia y abogamos por la desaparición de quienes no concuerdan con nosotros, este es un momento que debe darnos pausa.
No se trata de crear un mártir para su gente, pero sí de reconocer la humanidad en los de enfrente. Sobre todo cuando no estamos de acuerdo con ellos. Eso, y el diálogo —que a fin de cuentas y muy a su manera era la herramienta de Kirk— es lo único que nos puede salvar de nosotros mismos en estos tiempos de violentas guerras culturales.