Algunos de los personajes de esta columna se encontraron en un café allá por el “maravilloso Centro Histórico” de la ciudad, entre un ambiente bohemio y literario: el fantasma del rincón, don Próspero, el pianista, don Jacinto y su hijo Joselito, aquel que le gustaba bailar al ritmo de las castañuelas, y el duende Brucie, todos estaban felices de haber al fin de haber coincidido en ese lugar para poder charlar de manera amena, mientras escuchaban algunos huapangos que el jaranero les improvisaba a cada uno de ellos, jajá estaban muertos de risas. De repente el fantasma del rincón inicio la plática: ¡Pues miren! Les cuento que cuando recién me morí, como todos ustedes ya saben, mi hijo comenzó a hacer puras tonterías, pero a Dios gracias, comencé a darle consejos de cómo llevar el negocio de los zapatos de manera más conservadora, pero al mismo tiempo planteándose una visión a seis años ambiciosa; hoy tiene cinco fábricas, solo le deje dos de herencia, me siento muy orgulloso de él por cumplir sus sueños.
Don Próspero de inmediato continuó con la conversación, casi atragantados los cacahuates: pues ya ven que mi manera de ser miserable perjudicó mucho a mis empleados, haciéndoles improductivos y generando un mal ambiente de trabajo, pero desde que este duende apareció en mis hombros aquella Navidad creo que he mejorado, pago mejore sueldos e incrementé las ventas y las utilidades; me siento feliz por tener colaboradores satisfechos y felices, aunque mis hijos son medio tacaños, no tardarán en aprender la lección. El pianista se moría por tocar el piano del lugar, pero los huapangos no lo dejaban; se metió en la conversación y comentó: al final soy quien más me entero en el restaurante en donde trabajo, y así hice un buen negocio con uno de los socios que acude de manera frecuente, me invitó a invertir en una empresa que vende instrumentos musicales, soy el gerente del mismo durante el día, y por las noches toco el piano. ¡Oye qué bien, pianista! Le tocó el turno a don Jacinto: pues a mí me ha ido maravillosamente bien con mi negocio internacional de artesanías, estoy en Europa, Canadá y Estados Unidos; pero aquí mi hijo Joselito es el que no ha salido adelante todavía a sus 35 años, quiere seguir tocando las castañuelas; ¡no, papá, sí trabajo, le vendo a mis amigos con los que me divierto! Sí, hijo, pero casi les regalas el producto. Brucie parafraseó: bueno, como duende mi misión es apoyar a todos en sus negocios; creo que he logrado grandes cambios en todos ustedes.