Era una madrugada del 14 de diciembre de 2014. Estaba helada y eran las 02:43. Justo unos 10 días antes, un frente frío había descendido las temperaturas casi a cero grados centígrados en Guadalajara. Las noches y los días habían sido de desvelo, de lloro y de súplica para que el Dios de la Luz del Mundo respondiera a la necesidad de un pueblo.
El lunes de esa semana, el día 8, el hermano Naasón Joaquín notificaba a la Iglesia La Luz del Mundo el deceso físico del apóstol Samuel. De ese lunes al domingo 14, toda la Iglesia que comenzó a llegar a la sede mundial y quiso pasar a despedir y honrar el cuerpo de quien en vida llevara el nombre de Samuel Joaquín, lo hizo. Los últimos minutos del día 13 de diciembre y la primera hora del día 14, el cuerpo fue retirado para los preparativos finales.
Toda esa semana, una extraña calma se vivía y percibía en todos los creyentes de la Iglesia, presentes y ausentes. Toda esa semana, Dios actuó en los corazones de los miles y miles de creyentes de una forma inconfundible y conocida para ellos: sellar en el corazón de los fieles la elección de Dios. Esa acción del Creador extendió el manto de la elección a quienes confiaron en él.
El clima, el cansancio extremo y, sin duda alguna, el estrés de esos días no había doblegado el espíritu y la fe de todo un pueblo. De alguna forma, esa semana Dios había preparado el corazón de los creyentes. Dios lo sabía y los fieles también. Sabían que el momento había llegado, ese instante que sólo sucede de manera muy remota, allá cada cierto tiempo establecido en el plan de Dios y desconocido para el ser humano, se acercaba.
Y sí, de esa manera en que Dios actuó, los fieles sabían en lo más profundo de su ser y de su corazón, que la persona elegida por Dios para dirigir los destinos de su Iglesia, era el apóstol de Jesucristo, Naasón Joaquín García. No sabían con exactitud en qué momento Dios develó en sus corazones ese nombre, pero cuando lo escucharon, la fe y el poder de Dios lo selló en su ser. No hubo una elección oculta, ni una autoproclamación, ni una campaña previa ni nada de eso. Hubo oración, mucha oración y más oración.
Lo que sucedió después fue impresionante: en un instante, el dolor cesó para dar paso al consuelo prometido por Dios. Y desde ese día, elegido e Iglesia han sido y siguen siendo uno solo, ahora mucho más fuertes cuanto mayor es y ha sido la injusticia en su contra.