La línea que divide la orientación episcopal del intervencionismo electoral es muy tenue. Tanto, que quizás no valdría la pena que existiera legalmente. Pero existe. Como ya se ha mencionado aquí, el artículo 130 de la Constitución señala que los ministros de culto no podrán “realizar proselitismo a favor o en contra de candidato, partido o asociación política alguna”. Es una limitación simple, pero a los ministros de culto les cuesta trabajo atenerse a ella. Puede no gustarnos o parecernos obsoleta, pero mientras esté allí, los ministros de culto la deben respetar. De otra manera, no tendrían autoridad moral para exigir que se cumplan las leyes, el estado de derecho y los que éste supone, incluso el derecho a la libertad religiosa. Por eso me pareció interesante el titular de MILENIO Laguna, que señala: “Iglesia no intervendrá en 2018, pero orientará a fieles: nuncio”. En realidad, lo que el nuncio Coppola dijo fue lo siguiente: “No es un papel directo de la Iglesia entrar en las elecciones, pero, claro, tiene que decir su palabra y orientar de alguna manera a sus fieles”. Yo diría: no es papel ni directo ni indirecto. No es su papel. Punto.
De por sí, la ambigüedad comienza con el papel del nuncio apostólico, pues él, como embajador de la Santa Sede, no tendría por qué estar haciendo declaraciones sobre las elecciones, si bien en este caso lo hace para decir que no es “papel directo” de la Iglesia “entrar en elecciones”. ¿Qué significa “decir su palabra” y “orientar de alguna manera a sus fieles”? ¿Dirán por ejemplo que no hay que apoyar a los candidatos o partidos que defiendan el derecho de las mujeres a interrumpir su embarazo? ¿Dirán que no es apropiado para los católicos apoyar a candidatos o partidos que defiendan el derecho al matrimonio igualitario? ¿Y eso no significaría que están realizando proselitismo a favor o en contra de candidato, partido o asociación política alguna? Por supuesto que sí, pero ellos dirán que solo están “diciendo su palabra” u “orientando de alguna manera” a sus fieles. Querrán mantener la ficción de su no intervencionismo. Todo lo cual es por lo demás hasta cierto punto irrelevante en un país donde los católicos piensan muy distinto a lo que sus obispos opinan. Así, los ministros de culto insistirán en la ficción de que no intervienen, al mismo tiempo de que albergarán en sus mentes la ficción de que los católicos les hacen caso.
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